Novela Technotitlan: Año Cero (primera parte)

Esta es la primera parte de la novela de Technotitlan: Año Cero. Consta de 14 capítulos. Después de acabar esta primera parte, favor de recordar que son cuatro partes. Se publicó en Internet por primera vez en 1998. Se publicó impresa en edición de autor en 1999. Aquí está de nuevo.

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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Monday, October 02, 2006

Nota para la republicación en Internet de Technotitlan: Año Cero


...después de cinco años...

Había una vez una novela que tenía ciertas ambiciones. Algunas se realizaron, otras no. Este libro que estará aquí por partes fue impreso después de muchas vicisitudes y en condiciones ciertamente adversas.


Fue una edición de autor.

Así y todo se vendieron todos los libros que se imprimieron (330 en total, y se regalaron menos de veinte, hubo una persona que me compró seis y sin conocerla de antes y jamás verla después) e incluso se produjo en CD.

El libro rompió al menos un paradigma sagrado, el libro tenía (de hecho tiene) garantía: Si no te gustaba te devolvía el dinero. El costo del libro era 180 pesos y luego fue de 200 pesos mexicanos. Así de sencillo. Sin preguntar.

El website original estuvo desde el 3 de octubre de 1998, justo para la inauguración de la Feria Internacional del Libro de ese año en Monterrey, hasta tres o cuatro años después.


El website desapareció porque me fue imposible pagarlo. Falta de flujo financiero.

En él se simulaba una pantalla de La Matriz (excelentemente bien realizada por mi buen amigo Mario Saldaña) a la que se "conectaba" todo mundo académico que aparecía en la novela.

(Antes de seguir, el punto de “La Matriz”, por lo menos el puro nombre, no tiene nada que ver con la película The Matrix, que se estrenó después de terminar de escribir Technotitlan, en marzo de 1999, cuestión de verificar los derechos de autor que me fueron dados antes de esa fecha, pero no importa, lo único común entre ambas obras es el nombre, nada más).

El website contenía alrededor de 28 o 30 capítulos de la novela (la primera y segunda parte de cuatro en total) de 58 en total que se tenían. La idea era que la gente escribiese para pedir los demás, así lo hicieron varias personas, detalle que me complació enormemente.

El tema de Technotitlan: Año Cero, tiene que ver con tecnología, política y sociedad.

Aquí está la primera parte como si fuera un solo blog. Es la manera más sencilla de volver a compartirla, por si alguien se la encuentra de casualidad o a propósito.

Pondré las demás partes en cuanto pueda, pero me era importante colocarla aquí ya que hoy mismo es aniversario de Tlatelolco, 2 de Octubre, que es donde y cuando comenzó todo allá por 1968.

La tragedia del 2 de Octubre me pesó tanto cuando supe de ello en mi adolescencia (tendría catroce años), aún sin tener ningún contacto con personas que sufrieron en ese lugar y en esa época, que fue la que me estimuló con espacio del tiempo en escribir algo relativo al tema.

El día 2 de Octubre de 1993, el 25 aniversario del suceso, salió tanta información del tema de repente, un verdadero diluvio, muestra de la libertad de expresión que se fue ganando, que me impelió a empezar algo en grande.


Como de alguna manera soy ingeniero en sistemas y tengo un gusto por la tecnología, decidí que el enfoque sería por ahí, sin olvidar el tono de la tragedia y el respeto por la memoria de los desaparecidos y sus familiares.

El agregar la trama moderna de las demás partes de la novela, las que ocurren en el año 2018, me permitió jugar con una ciencia ficción que considero plausible, aún y que comencé a escribir esto ya hoy, 2006, hace trece años, sin olvidar para nada que la ciencia ficción que aparece en Technotitlan, poca o mucha, está al servicio de la historia, y no al revés.

Por supuesto que hay temas que ya podrían parecer obsoletos o tímidos, o demasiado prematuros, pero poniéndose a pensar, las cosas son así, intentas hacer prospectiva y ver hacia donde vamos y sobre todo, en cómo llegaremos hacia allá, hacia un mundo de 2018 en una nueva Capital de la República: El nuevo DF, la Gran Technotitlan.

Ojalá les agrade, si una persona está interesada en verla en su formato Word original, con sólo pedirlo a
metaconexiones@gmail.com, con gusto se las enviaré en dos archivos Word.

Gracias por su atención.


Luis García

NOTA INTRODUCTORIA (La original):

Technotitlan es una historia de ficción. Todos los personajes y situaciones son producto de la imaginación del autor. Los sucesos históricos del verano y otoño de 1968 a los que se hace referencia están basados en reportes que aparecieron en libros reconocidos y en reportajes de revistas y periódicos que cada aniversario aparecen. Se trató de revivir el espiritu de esa época.

Technotitlan trata de involucrar los hechos de Tlatelolco y de relacionarlos con el desarrollo del país llegando hasta la segunda década del próximo siglo en el año 2018.

Technotitlan es una novela política y tecnológica que bordea la fantasía.

La novela consta de 4 partes: La primera es Vida y muerte en Tlatelolco. La segunda es Vida y muerte en la PoliUniversidad. La tercera es Vida y muerte en la Matriz. La cuarta es Vida y muerte en Technotitlan.

Mucho de lo que aparece relativo al futuro en las partes 2, 3 y 4 están basadas en información aparecida en incontables números de Scientific American, Wired, Time, Discover y Bussiness Week de los años de 1993 al 1999. Detalles podrán ser revisados en el site de Internet de www.technotitlan.com.mx . (NO EXISTE DE MOMENTO ESTA LIGA)

Jaron Lanier existe. El punto sobre las Islas Catalina es cierto. Se está trabajando en máquinas espirituales, en personalidades sintéticas, en computadoras basadas en fotones, en telepresencia, realidades “aumentadas” y en realidades virtuales obtenidas en base a documentos fuentes, en conexiones hápticas, en ciudades supermodernas conectadas de todo a todo, los detalles comentados sobre los cultivos de órganos son ciertos (pero no obtenibles todavía), los agentes de información en base a software se están desarrollando, las máquinas de Turing existen (quizá no tan simplificadas). Además se está trabajando en realidad virtual provista de olor y tacto además. Los tatuajes orgánicos no existen (todavía).

Esta novela se terminó de escribir en agosto de 1997. El conflicto actual de la UNAM no es responsabilidad del autor.

Singapur, la Disneylandia con pena de muerte, no es similar a como se comenta (cada quien busca su felicidad a como quiere), pero uno no sabe lo que pueda pasar al paso del tiempo.

La COMPENSAN es producto de la imaginación del autor. Afortunadamente.

1. La señora Alcira


A LAS 10:30 de la mañana del día 19 de abril de 2007 el futuro de Jean Páris Abreu-Campuzano se alteró para siempre. Su ambiente y su mundo, su vida y su relación con lo que lo rodeaba, se fracturaron de manera irreversible.
Sin embargo, todavía le quedaban dos horas y media de relativa tranquilidad.
Los pájaros que volvieron a habitar la zona sur de la ya no por mucho tiempo capital de la nación, trinaban y se dedicaban a realizar sus actividades cotidianas de alimentación.
También las amas de casa, desde hacía ya rato, seguían su vieja costumbre y cómo en señal todas juntas, salieron a barrer o aspirar las hojas caídas de los árboles frondosos que proliferaban de manera espectacular. Estos árboles, ya cuarentones, con sus raíces rompían muy lentamente las banquetas por ahí y por allá.
Indiferente a sus destinos, la vieja ciudad de México saludaba a sus habitantes.
Afuera de la casona, el aroma de los árboles y flores de su generoso jardín se mezclaban con un olor intenso a humedad y a rocío. Su límite lo marcaba otro olor, éste, más picante, advertía que más allá, a no menos de una veintena de metros, estaba una gran avenida con muchos carros transitando y exhalando, algunos, monóxido de carbono y otros, inocuos compuestos de hidrógeno.
Adentro, la señora Alcira se despertó, según su costumbre, con una oración de gracias. Se aseó con agua fría y se vistió. Bajó a la cocina a preparar el desayuno.
Ésta, como todas las cocinas mexicanas, estaba equipada de manera tradicional. Allí descansaba un molcajete tradicional al lado de la licuadora. Allá estaba un horno de microondas. Y acullá estaba el amasador de harina. La despensa, era grande. La mesa del antecomedor conformada de madera negra y labrada con figuras que de alguna manera sonreían al probable comensal. Rodeada de seis sillas ya no muy cómodas debido al constante uso y al obvio paso de los años. La estufa eléctrica simulaba un espacio blanco y mantenía un hornillo raramente usado.
En la pared vigilaba un crucifijo. Éste, junto con el molcajete, la mesa y las sillas, eran lo único de la cocina que no tenían conexión eléctrica alguna. En una de las esquinas una televisión, como la señora Alcira todavía le llamaba a las nuevas tevenet, observaba. Y toda la cocina estaba bien y hacía juego mexicano, incluso con su panel de control.
La tenue oscuridad fue rota cuando ella entró y de manera simultánea se encendieron la luz y la tevenet iluminándolo todo.
—Canal ciento diez, por favor.
La pantalla se sintonizó en la frecuencia mencionada de manera inmediata. Apareció en ésta un programa que hablaba de las últimas noticias dichas en tono amable y positivo. Aunque la señora Alcira reconocía que éstas a veces carecían de contenido real y veraz, eso, a fin de cuentas, no le importaba.
—Más alto.
El aparato obedeció. Las voces melodiosas y agradables de los locutores se apropiaron de manera suave, pero firme, de la cocina.
Empezó a hacer el desayuno. Los huevos le salieron sin imperfecciones. La señora Alcira sabía que Jean Páris no era goloso, sin embargo, le conocía su debilidad del pan blanco tostado con mermelada.
Como todos los sábados, era día de alternancia de terapia de la señora Vicky. Hoy la iban a llevar de paseo al Zoológico de Chapultepec. La señora Alcira miró hacia el reloj. Faltaba una hora y quince minutos antes de que vinieran por ambas. Procuraría terminar pronto para poder arreglarse y estar presentable.
«¡Ah, Páris, muchacho éste! Se le está haciendo tarde para bajar a desayunar otra vez…», pensó, impacientemente. Fue hacia el panel de control en la pared. Oprimió un botón.
—Páris… —dijo con cierto tono de ansiedad y esperó. Nada sucedió, cubrió el desayuno para que no se enfriara y continuó con las actividades normales.
Cinco minutos después volvió a repetir.
—Páris, ¿ya te levantaste?
Nadie contestó.
—¡Jean Páris! ¡¡¡¿Ya te levantaste?!!! —Volvió a preguntar, más enérgica.
El monitor permaneció sin imagen, desde la bocina una voz entre pastosa y ronca le contestó:
—Ya, ¿es muy tarde? —Hubo una pequeña pausa—. Sí… ¡ah, caray! ¡Es tarde! ¡Señora, le dije que me levantara más temprano...!
La señora Alcira, viendo a la pantalla inútilmente, contestó de manera airada:
—Tú fuiste el que no obedeciste, te hablé desde hace un rato y todavía no sé porque no contestabas…
Páris (él decía que su nombre se acentuaba en la primera sílaba) sonrió.
—Okey, ya voy a bajar —dijo.
—¡Ya era hora, muchacho! Ayer me dijiste que ibas a limpiar el cuarto del jardín y ya se te está haciendo tarde.
Jean Páris ni siquiera se inmutó por la voz que sonaba eléctricamente enojada desde la bocina. Contestó calmado:
—Ya le dije que le tengo miedo a las cucarachas y ratones. Ese lugar está viejísimo, además, huele muy feo…
—Te vuelvo a decir —la señora sonaba molesta—: ese lugar está más limpio que tu propio cuarto. Sí, admito que está algo desordenado y tiene más de tres años que no se le da una manita de gato, pero nunca permití, en los cuarenta que tengo de estar en esta casa, que se deteriorara tanto como para que hubiera plaga, como dices.
—Ya señora, ya entendí —Páris sólo sonrió—. Ya voy a bajar. Si no es mucha molestia ¿me podría servir el desayuno con el pan de mermelada de fresa no dietética como quedamos?
— Te va a ser daño tanta azúcar, Páris. Te serví la McCormick natural. Y ya baja, nunca me ha terminado de gustar el hablar por estos aparatitos.
—Ya voy.


Jean Páris se estiró y volteó a su alrededor. Todo estaba como lo había dejado la noche anterior. Los cartuchos de video, desordenados en la caja al pie de su cama. La nueva tevenet, apagada, y la música sonando alegre desde el receptor. Los ritmos no eran exactamente de su agrado pero no sonaban del todo mal. Uno más de los grupos que experimentaban con guitarras de aire virtuales.
Pero ya era sábado por fin y podía, por lo tanto, descansar un poco de la misma rutina de los días de escuela.
A sus catorce años, en general, y en ese momento, en particular, Jean Páris estaba en disgusto consigo mismo porque no pudo aprobar el módulo mensual de Matemáticas VII y tenía que repetirlo completo. «Falta de estudio», decía él. «Falta de concentración», agregaban sus maestros.
Aunque gran parte de sus compañeros se escudaban en el muy familiar síndrome de déficit de atención para justificar su bajo rendimiento, Jean Páris no lo hacía así. Él simplemente estaba de acuerdo en unas dos cosas: las matemáticas no le gustaban del todo y le faltaba estudio y dedicación.
Quedó de ponerse al corriente conectándose a la escuela, pero por el momento a él no le interesaba perder la mañana de un glorioso sábado en eso.
Claro que tampoco le interesaba mucho limpiar un cuarto sin chiste en el jardín. Lo veía sólo como una habitación grande con camas y con sábanas que expedían un hedor húmedo, inmerso y básicamente desagradable, además de bastante frío para su gusto.
«Vaya, esto será bastante aburrido. »
Pero ya hacía dos meses que había prometido limpiarlo. Ya no podía posponerlo más. Se le habían acabado las excusas de dolores, tareas, compromisos. Todos los buenos pretextos ya estaban reciclados y ninguno le quedaba, bueno, original o válido.
«¿Y si le digo que no aprobé Mate VII y que me tengo que quedar a estudiar?», pensó, pero de inmediato desechó la idea: «No, no creo que le guste, le daría un coraje probablemente, y a lo mejor luego me encargaría a mí algo peor… algo tan desagradable que entonces al que le daría el coraje sería a mí.»
«No, no, ni modo, tengo que limpiar ese pinche cuarto.»
Mientras se vestía, encendió la conexión con NetNet en la tevenet, y verificó si tenía mensajes personales en su buzón. Al no encontrar nada procedió a leer la correspondencia chatarra de costumbre.
«Y eso que tengo los filtros activados», pensó mientras observaba pasar rápidamente en su pantalla las imágenes de sus mensajes. Como siempre, encontró veintenas de estos, anunciantes vendiendo sus productos y servicios como mercancías en aparador.
«Compre…». «Suscríbase…». «Conozca…». «Disfrute…». «Sienta…».
Los filtros los había definido para detener todo el océano de mensajes diarios que llegaban y así seleccionar sólo los de su propio interés. Entre sus palabras clave permitidas estaban: «modelos de armar», «pesca», «fotografía», «Nueva Zelanda», «estación espacial» y «Marte».
Al no hallar lo que deseaba con estas características, procedió a darles el comando de VACIAR y, apagando la pantalla, bajó a desayunar.
—Buenos días —dijo con cierta intención sarcástica.
La señora no pareció inmutarse, sólo se limitó a contestar en forma correcta:
—Buenos días.
Páris se volcó hacia el desayuno, que estaba caliente todavía, y cuando acabó, dijo:
—Señora Alcira, ¿habría alguna manera de posponer la limpia del cuarto de atrás?
Su respuesta no se hizo esperar envuelta de una justa ira y un justo desencanto:
—¿Cómo Páris? ¿Otra vez…? Pensé que ya habíamos quedado...
Al ver la cara de desilusión de la vieja ama de llaves, Páris se retractó de inmediato, compadecido:
—No quise decir que por tiempo indefinido, lo que quise decir que si lo postergase por una hora, sólo si se podía…
—¿Una hora? ¿Una sola hora? ¡Ah, bueno! No, no importa, mientras esté hoy mismo no me importa... Bueno, me tengo que ir ya. Voy arriba. Limpia lo que usaste, ya sabes.
—Sí, señora.
Páris se quedó sólo y respiró aliviado. El hecho de discutir con una anciana era lo que él definía como diversión. Pero aunque le encantaba hacer rabiar a la señora, no quería pasarse mucho de la raya.
Un rato más tarde la señora Alcira bajó de nuevo a la cocina. Páris se encontraba sentado en la mesa untando mantequilla a un pan tostado.
—¿No habías terminado de desayunar? —Páris se encogió de hombros sin verla— Ya te dije, no vayas a ensuciar. Oye, voy a llevar a tu abuelita al zoológico, ¿no quieres venir? Podrías limpiar más tarde.
—Que les vaya bien.
El tono de Páris fue de calculada indiferencia.
—Tú también deberías de ir. A tu abuelita le gustaría mucho que la acompañaras, Páris.
—Mmh… Señora Alcira, con todo el respeto que usted me merece, ¿cómo sabe qué es lo que a ella le gustaría? Ella no se puede comunicar —su tono era de perfecto conocimiento de causa—. Yo quiero a mi abuela, pero no imagine más de lo que es. Si usted quiere que vaya, así dígamelo, pero no me venga con que ella le pide cosas.
Ella pareció estar puesta a la defensiva. Se ruborizó y bajó la vista. A continuación dijo:
—De acuerdo, entonces te lo pido yo, ¿quieres venir?
—No, gracias, voy a limpiar allá atrás —y mientras se lo dijo se echó todo un gran bocado a la boca y le dio la espalda.
—¿Páris?
—¿Qué?
—La llave está en el cajón de siempre…
—Ajá.
Páris seguía mostrando indiferencia.
Ella reaccionó con paciencia. Vaya que conocía al muchacho. No valía la pena ofenderse por actitudes de niños. Ella pensó que Páris algún día se acordaría que, entre virtudes y defectos, ella, la señora Alcira, era por lo demás comprensiva. Pero todo lo que pensó se lo guardó en su interior. Era su juego normal de comunicación: un póquer extraño de tipo coloquial.
—No tardamos —dijo. ¡Y no hagas más mugrero del que hay!
Y entre bocados, Páris le contestó secamente:
—No.


El silencio sólo era interrumpido por los trinos matutinos de los pájaros en los árboles. Ocasionalmente se escuchaban los sonidos de los pavorreales de la casa de a lado.
Páris sentado en una banca disfrutaba de la sombra de uno de los árboles del amplio jardín. Ese sería un buen día.
Mientras se preparaba mentalmente —como hacía siempre—, tomaba una lata de coca cola a sorbos. No le gustaba el jardín. Lo consideraba ajeno a él. Significaba tardes perdidas por podar el césped, recoger las hojas, tirar la basura, lavar las ventanas; en fin, bastantes tareas que sonaban a trabajo («¡deberías de hacer algo diferente que jugar con la tele esa!»). Limpiar el cuarto de atrás del jardín era otra de esas actividades que se traducen normalmente en trabajo.
—¡Qué mugrero!
Desde que tenía memoria, Páris había sido el mozo, el mensajero, el ayudante, el lavador de platos (aun con lavadora automática), el «voluntario a fuerza» que cambiaba los filtros de la reprocesadora de agua. En resumen, era el trabajador no asalariado número uno de esa casa en particular. Nada de diversión, puro trabajo. Escuela-trabajo-escuela-trabajo. Siempre tenía algo que hacer. No era divertido.
Bueno, aquí entre nos, pensaba Páris, junto a esto, la tevenet. Más de quinientos setenta canales distintos y nada de nada en ellos.
Ahora con la instalación del nodo de NetNet en su casa, que él consiguió con base en su cuota asignada semanal, y aduciendo que era tarea y estudio, pudo conseguir que la rutina diaria se transformara en algo más interesante, estimulante y diferente.
Dirigió la vista hacia las mecedoras que daban al jardín. Ahí, con sólo cerrar los ojos se aparecían su abuela y la señora Alcira cerca de ella.
Siempre juntas.
No que odiase a su abuela. No la odiaba, pero no le tenía mucho sentimiento ni a favor ni en contra. Siempre callada. ¡Claro! No podía evitarlo, estaba semiparalizada, ¿no?
Eso sí. Tenía una mirada serena. Sin muchas arrugas. A Páris no le gustaba la gente anciana. Pero, en fin, a diferencia de la demás gente anciana, él bien podía convivir con ésta. Como que era su abuela. Veía a su abuela y veía hacia el pasado.
Y ese era el problema.
Él no era desagradecido. De alguna manera intuía que todo lo material que le rodeaba era de su abuela y que de ella venía la salud de los dineros. Y eso lo sabía desde que tenía memoria, desde que su mamá...
Se sintió raro de repente. Hacía mucho que no se acordaba de su mamá, quizá más de una semana. Ya había deducido que le daba por ciclos. A veces se sentía que la extrañaba mucho y que le hacía falta. La señora Alcira era buena en general con él, pero Páris siempre sintió que no era lo mismo. Claro, ahora que lo pensaba, era absurdo que la señora Alcira pudiera llegar algún día a ser como su mamá.
¿Y cómo, o qué, es una mamá después de todo? Sus amigos siempre que podían le decían: «Te regaña. No la entiendes ni ella a ti. Te molesta en tus cosas. Y siempre, siempre se mete en tu vida…». Páris se sentía confuso una vez más. Todo lo referente a su mamá le parecía que residía envuelto en una niebla. Como que ahí radicaba una confusa indefinición que no terminaba por comprender.
Escuchó un sonido que lo sobresaltó. Una paloma que estaba sobre un poste de colgar ropa volvió a hacer el mismo sonido. Ambos se quedaron viendo por unos segundos pero la paloma lo ignoró. Él le hizo lo mismo.
¿Y su papá?
Eso era más difícil. Eran incontables los compañeros de escuela que vivían con un solo padre. La mayoría vivían sólo con la mamá o con el papá. Era normal. De hecho, vivir con ambos era cada vez menos común.
Tomó una piedra pequeña y se la aventó a la paloma. Erró y ésta levantó el vuelo, indemne. Al instante se arrepintió de hacerlo. Se sintió un poco más solo.
Los pájaros dejaron de cantar. Páris se dio cuenta y escuchó con atención. Al siguiente instante volvieron a su trino. Suspiró. Miró hacia el cuarto.
La señora Alcira: «Así es, Páris. Una recámara con dos camas gemelas y baño. Tiene cocineta. Es cómoda. Hay un ropero. Su propio burro de planchar. Con acceso separado de la casa. Independencia total. Todo listo para ser usado como cuarto de huéspedes…»
Pero nunca hubo huéspedes.
Nadie vino.
«…o para rentarlo a algún inquilino. Una nunca sabe, siempre cae bien una extrita.»
El caso era que, por lo que él sabía, el cuarto jamás fue anunciado.

2. Cuarto de Huéspedes


EL CUARTO había sido pintado de color blanco y las tejas de color rojo. La última vez él había ayudado. Según él, más bien lo habían obligado a «ayudar». En contra de su voluntad, como era usual.
A fin de cuentas todo era cuestión de sensibilidades, pensó. Eso lo había leído en algún lado. La lectura. Siempre le habían dicho que él debería disfrutar más de lo que ofrecía la vida. Como si tuviera opción. Habiendo tantas chicas, tantas facilidades para pasar un buen rato. Él no hacía mucho caso. Bueno, la mayoría de las chicas eran tontas, ¿no?
Pero había de todo. Estaban las indescifrables. Al lado de ellas, las inexpugnables. Y más por allá, de las que se decía que eran muy sencillas de agarrar. Y las peores, las que te lo buscaban directamente. Ésas sí que le daban miedo.
Páris todavía no se iniciaba sexualmente. Sentía que no estaba listo del todo. Lugares, chicas, hasta deseos había, pero también estaban presentes emociones indefinidas que no alcanzaba a comprender.
No quería preguntar del asunto ni a sus amigos, los cuales ya empezaban a hablar de sus hazañas. Pero él se imaginaba que si un día llegaba a estar desnudo frente una chica complaciente (que lo veía difícil), de seguro tendría un accidente húmedo. Y la chica, también seguramente, se reiría de él.
Y eso, de plano, Páris no podría soportarlo.
Dejó de pensar en esos temas. Ahí estaba ya el cuarto delante de él. Traía la llave de la puerta en la mano. Por su mente pasó el mejor deseo: «¿Y si no funciona la cerradura?»
Pero la llave funcionó.
Páris entró sin problemas. Al principio no era notable pero después de un momento el olor, entre húmedo y sofocante, se volvió penetrante y bastante desagradable.
—Puaj.
Se tapó la nariz con la mano y empezó a respirar con la boca.
—¡Diablos! ¡Qué mugrero!
Paseó la vista por todo el lugar. Dos camas separadas con un buró empolvado y una lámpara que ni cubierta ni foco tenía.
«Cómo que no la han limpiado en bastante tiempo», pensó.
Le llamó primero la atención la cantidad de cajas de cartón que había, tanto encima como en medio de las camas. Parecía que contenían ropa, cortinas y accesorios similares. No podía ver con claridad porque las cortinas cubrían todo el ventanal impidiendo el libre paso de la luz.
Al posar la vista en el otro extremo vio el ropero.
Se acercó a examinarlo. De tres puertas, la de en medio estaba cubierta por un espejo grande, ya bastante opaco. Tenía una llave puesta en la cerradura, antigua, de bronce gris oscuro con forma de «O», con bordes labrados. Obedeciendo a un impulso de curiosidad natural le dio vuelta y la puerta del ropero se abrió.
Adentro vio varios cajones de madera abiertos con un espacio suficiente para estirarlos; hacia abajo de éstos había un amplio espacio lleno de cajas de varios tamaños acomodados diligentemente.
Tomó y abrió la primera caja que estaba a su alcance. Nada le pareció interesante.
Miró hacia las demás cajas cubiertas con pedazos de tela.
Retirándolas pensó: «¿más cortinas?». Temía desilusionarse, cuando de repente se quedó viendo lo que había dentro de las cajas. No eran cortinas o ropa vieja, sino revistas y papeles.
Para ver mejor tendría que sacar la caja. Pensó colocarla en un lugar cómodo. Miró hacia las camas. No había mucho espacio libre.
«Tendré que limpiar, ahora por fuerza», pensó al mismo tiempo que meneaba la cabeza.
Empezó a recoger y a arreglar. Colocó las cajas unas contra otras con cierto sentido de orden, por lo menos mejor que el de la persona que las había acomodado anteriormente.
«La última limpieza de la señora debió haber sido hace cinco años, por lo menos, y esa vez nada más se aseguró de pasarle un trapo por encimita…», siguió Páris en su línea de pensamiento.
Con su actividad física y con la apertura de puertas y ventanas, el frío y la humedad del cuarto se habían ido diluyendo un poco. Después de poco tiempo el cuarto ya tenía otra vista, incluso el estado general del mismo ya se le hacía aceptable
Fue al ropero de nuevo. Primero movió la caja con precaución para ver si había cucarachas. No se apareció bicho alguno. Eso le dio más seguridad.
Sin querer romperla, tomó el cartón como pudo de los bordes superiores, la levantó con fuerza y la pudo trasladar sin problemas a la cama gemela más cercana.
Empezó a mover papeles con interés creciente. Leyó los títulos de las primeras revistas: «Selecciones… sí, la revista, que hoy también es un canal en tevenet…», pensó.
Las tomó y las examinó. Se sentía como un arqueólogo en vísperas de revisar su hallazgo. Se imaginó que debían de tener más polvo cubriéndolas. Las hojas, eso sí, estaban amarillentas en los bordes.
Procedió a examinar las fechas. La de más arriba, con la bandera de México en la portada, tenía fecha de setiembre de 1962, «¿‘setiembre’? ¿No debería decir más bien ‘septiembre’?», se preguntó, desconcertado. Vio que le seguía un ejemplar de noviembre de 1968 y empezó a asimilar lo que tenía ante sí.
«¡Más de cuarenta años!», casi se pudo oír su pensamiento. Las colocó hacia un lado con cuidado. «Son una reliquia, de seguro deben de valer mucho», especuló ociosamente.
No había tantas como pensó originalmente y las acomodó una sobre otra. «Las fechas están salteadas pero siguen siendo un buen hallazgo, a ver si las leo después», se dijo. Vio hacia las demás revistas, más grandes, y empezó a sacarlas también.
—LIFE en Español —dijo. La tomó en sus manos y también cayó en cuenta: —Ya. Ésta ha de haber sido una traducción de la revista del LIFE Channel, similar que el Reader’s Digest, revista impresa al principio y luego canal en tevenet.
Empezó a leer la primera revista LIFE con atención. Traía unos símbolos olímpicos de muchos colores por toda la portada que la hacían muy alegre y atractiva. Según Páris intuyó con cierta obviedad, esos eran los símbolos de cada deporte: canotaje, boxeo, atletismo, natación. Observó que las páginas, al igual que las otras revistas, estaban amarillentas. Las hojeó y admiró los anuncios.
Páris se sintió deleitado al ver escenas de los años sesenta impresas en papel original, con todo y dobleces en las hojas y, lo que es más, con grapas metálicas ya oxidadas. La dejó en su lugar y tomó la siguiente.
—¡Excelente! —Exclamó—. ¡Los Beatles!
«¡La tengo que leer!», pensó, eufórico.
Los Beatles y mucha más de la música de los sesenta estaban teniendo otro revival. Como había estado pasando cada tantos años, la música iba y venía como una marea y en este año de 2007 se estaban cumpliendo los cuarenta años de la llegada al planeta del Sargent Pepper. Páris también estaba en esa moda y, según él, creía conocer muchos detalles y datos de los Beatles, como aquella historia que gustaba de repetir, de cómo compusieron una de las obras cumbres de la música popular: Satisfaction!.
Examinó la revista con más atención. En la parte superior se podía leer LIFE en español, en orgullosas letras blancas, mayúsculas sin más adorno especial, recortadas en un fondo rojo rectangular. La portada en general estaba saturada de tonos azules y mostraba una fotografía de los Beatles en todo su esplendor: cuatro muchachos, vestidos estrafalariamente según la usanza de los sesenta, que veían con cierta serenidad hacia un lado de la cámara.
«Confesiones de los Beatles, una franca biografía», leyó en la portada.
Páris examinó las ropas de los susodichos. Moderna presuntamente, con colores vivos, rosas, pantalones con tonos anaranjados, los cuatro con pelo largo, el aire corriendo por entre sus cabelleras.
Reparó en la fecha en la parte inferior: «4 de noviembre de 1968».
Volvió a repetir con solemnidad.
—Casi cuarenta años.
Se fijó en los demás subtítulos: uno, «El Che: Apogeo y decadencia de su poder en Cuba», otro, «Educación Sexual: Como explicarles a los niños».
«¿Quién era el Che? ¿Les daban explicaciones de sexo en revistas a los niños?» Preguntas sin una clara respuesta.
Empezó a hojear el interior de la revista.
Igual que en la anterior, todo parecía obviamente anticuado. Fotografías Kodak con marco blanco. Se veían simpáticas las fotos así. Boeing y aviones. ITT. «¿Existirá ITT todavía? », se preguntó Páris.
Pasó por un índice. Vio los anuncios de vinos y llantas antiguas, pero que en aquel tiempo eran modernas, por supuesto, pensó. Más vinos y más anuncios. Y llegó al artículo principal: «Los Beatles». Fotos de sus inicios, Liverpool, de dónde eran y en dónde los idolatraban.
«Me pregunto si todavía serán tan idolatrados como antes… me imagino que sí», se contestó.
Lo iba a leer entero, pero se empezó a sentir incómodo físicamente. Además, debía terminar de limpiar. Decidió llevársela a su cuarto.
Creo que el dueño no se va a quejar, pensó mirando a su alrededor.
Se detuvo. Y en un lapso de tiempo tan pequeño para ser medido de forma consciente, por su mente apareció la imagen ya casi desvanecida de su papá.
Y ahí se quedó: por las pocas fotos, quizá no muy alto, más bien delgado pero no mucho, quizá con calva prematura a lo que se lograba ver. Parecería de carácter alegre ya que en las pocas fotos que él atesoraba siempre se asomaba con sonrisa fácil. Seguramente era de carácter alegre.
Páris asintió convencido.
Sí, debió ser de carácter alegre. No podía haber sido de otra forma, se reafirmaba a sí mismo continuamente.
Páris sonrió amargamente. Ese era su problema. Demasiados «quizá», «a lo mejor», «debía» o «debería», en su vida.
Otro pensamiento se posesionó de su mente como águila hambrienta a su presa: «La señora Alcira siempre dijo que mi papá nació allá por 1950 ó 1951».
Vio la revista que no había soltado en sus manos. Hizo un cálculo rápido a partir de la fecha de publicación hacia atrás hasta 1950. Diecisiete ó dieciocho años. Todo su proceso mental se detuvo. Todas sus funciones se expresaron al unísono en una verdadera experiencia de renacimiento. Como si en ese instante lo invadiera un júbilo extremo cual le hubiera atinado a una lotería alucinada sin haber comprado boleto alguno.
Lo inesperado podía suceder y podía estarle pasando a él.
Volvió a mirar la revista ahora de un modo más intenso.
—A lo mejor eran de papá —musitó.
Su corazón aumentó de pulso. No había caído en la cuenta. Llegó a la conclusión de una manera convincente, brusca y total:
—¡Fueron de mi papá! —Exclamó.
Pero en forma por demás simultánea también le entró la duda y su corazón desbocado se detuvo. O al menos eso le pareció:
...O a lo mejor fueron de mi abuela, también, pensó. Pero al siguiente instante medido desechó la idea como si esa no pudiera, o no debiera, ser la verdad.
Páris no era necio ni acelerado pero un hallazgo así, tan de repente, lo dejó casi sin resuello. La sensación era realmente mareante.
El pensamiento acerca de su padre le estaba causando escalofríos.
Pronto se sintió serenar y decidió seguir hojeando la revista con renovado interés.
Al terminar el artículo correspondiente a los Beatles le llamó la atención vagamente otro titular: «Terror en una Noche Triste».
Empezó a poner atención. En él se veían cuatro fotografías en blanco y negro, como en una sucesión, dos arriba y dos abajo, tomadas con una cámara desde el mismo punto, en general medio borrosas, pero claras a fin de cuentas.
Páris se alertó mientras su vista empezó a recorrer cada una de las fotos.
En la fotografía uno había una pareja tirada en el piso. El hombre, de lentes, abrazando, «o más bien protegiendo», pensó Páris, a una mujer de pelo largo. La primera frase en el texto decía: «Las balas silbaban por todos lados».
Vio ahora la fotografía número dos. La pareja no se había movido de su lugar, seguían ahí, tirados. Al tipo de lentes se le veía la cara borrosa, mientras que la cara de la mujer se veía contorsionada, como si estuviera llorando, angustiada. Páris repasó otras frases sueltas en el texto: «...soldados acababan de invadir las Plaza de las Tres Culturas... tras arremeter contra la multitud».
Vio ahora hacia la fotografía número tres. La pareja permanecía en el suelo. El tipo de lentes volteaba hacia los lados en franco desconcierto, la cara de la mujer estaba ahora contra el piso. El texto decía: «Todo fue cuestión de un instante».
Páris sintió un extraño tipo de impaciencia. Quería saber el desenlace. Se imaginaba ya cual podría ser. Estaba absorto con lo que estaba leyendo y nada lo
hubiera movido de allí en ese instante.
Llegó a la fotografía número cuatro. La pareja desconocida ahora estaba con la cara hacia al piso. El texto decía, de manera un tanto fría, lo que él ya esperaba o intuía: «...su compañero muere de un balazo...».
Páris vio las cuatro fotos, una a una en todos los órdenes posibles: la foto uno, la foto dos, la foto tres, la foto cuatro. Ahora la número cuatro, después la número dos, la tres, la uno hasta al final. Cambió el orden: dos, cuatro, uno, tres. En un momento vio la cara de ella. Luego la de él. Las frases brotaban y rebrotaban hacia su vista puesta en modo ultraselectivo. Algunas palabras aisladas le golpeaban, y otras al mismo tiempo, pasaban rozándole: muerte, balazo, 25 los muertos.
—Brrr.
Al final pudo voltear la página. Esta vez lo hizo sin descuido, de manera muy consciente de lo que estaba haciendo. La revista, los Beatles, el Che, se habían borrado del todo.
Y leyó:

Miles de personas de todas las edades congestionaban la plaza. Eran las cinco de la tarde. El mitin se había convocado para exponer una serie de quejas contra las autoridades y organizar una marcha hacia el Instituto Politécnico Nacional que seguía ocupado por las fuerzas militares. De pronto empezaron a oírse tiros. Los soldados irrumpieron en la plaza a bayoneta calada. Las fuentes oficiales afirman que el ejército sólo entró en acción después de que dos grupos opuestos de estudiantes empezaron a disparar...

La leyó dos veces. La violencia de los hechos en sí lo impresionó. Todo eso debió ser un error. Una película que estuviera siendo filmada. Una recreación sobre algún suceso situado mucho más adentro en el pasado. Eso es lo que se acostumbra, ¿no? Se hacían representaciones, películas, la televisión, incluso performances.
Dejó de posar la vista en esas hojas que ahora le parecían tan irreales. Sus ojos se dirigieron vagamente hacia un montón de colores en explosión. Las estampas olímpicas, rosas, verdes, celestes. Era la portada de la primera revista LIFE que había visto al comienzo. Vio las fechas y las comparó.
Eran del mismo año. Casi del mismo mes. Eso Páris ya lo suponía, pero quiso comprobar si había algún error en su percepción.
«Pero en el 68 sólo hubo Olimpiadas, ¿no...?» Y en eso recordó lo que había leído o visto en algún lugar: que en ese año de 1968 habían pasado muchos eventos importantes y que había habido un problema de tipo político y estudiantil que terminó de manera violenta. Pero nunca había tenido el tiempo de ahondar en ello.
Y también entendió que una cosa era leer de violencia, en el contexto de historia de México, en el instituto, y otra, muy diferente, ver esa violencia histórica como si fuera una noticia. Porque al parecer eso era LIFE en Español, una revista de noticias.
Para Páris y su generación los hechos eran «reportados» desde el momento en que alguien con su videocámara estaba ahí para «transmitirlo» de inmediato a las cadenas de tevenet, que ya pasaban del centenar y cada una con sus propios ejércitos de reporteros, dedicadas exclusivamente a dar noticias. De estas cadenas había de todos tipos: las serias, las chistosas, las alarmistas, las degeneradas y, un lado más oscuro, las francamente falsas y oportunistas.
El problema era que a veces no se podía distinguir una de otra. Las noticias pasaban tan dinámicas que cuando se trataban de entender o asimilar, llegaban nuevas que alteraban las percepciones. Y a nadie le importaba.
Pero las noticias de esta revista LIFE en Español en particular eran estáticas y demandantes de una extraña y misteriosa manera. Siguió leyendo. La nota continuaba con el relato de uno de los estudiantes que le hiciera a uno de los corresponsales de esa revista en México:


La reunión se venía desarrollando con toda calma, e incluso se había postergado la marcha al Politécnico con el fin de evitar un derramamiento de sangre. Súbitamente, la gente de las orillas comenzó a correr y los del centro no tenían la menor idea de lo que ocurría. Uno de los oradores tomó el micrófono en el momento en el que los soldados abrieron fuego y gritó: 'No corran, las mujeres y niños pueden resultar heridos'. En el mismo balcón había agentes secretos (que se identificaron poniéndose un pañuelo blanco en la mano izquierda). Los agentes golpearon y acallaron al orador y luego comenzaron a disparar al aire.»

Aquí Páris simultáneamente abrió los ojos e hizo una pausa. «¿Los soldados abrieron fuego?», repitió, azorado, dentro de su mente. Continuó leyendo:

Sea como fuere, los soldados se ensañaron con la multitud indefensa. El informe forense reveló que la mayoría de los muertos y heridos habían recibido bayonetazos (incluso una señora de 60 años y un chico de 13) o tiros a quemarropa.

Páris estaba realmente sorprendido de lo que estaba leyendo. Primero de su propia ignorancia porque desconocía todo esto, y segundo porque alguien había subrayado con lápiz todo el párrafo anterior.
En eso, la revista se le resbaló debido a la fina y ligera capa de polvo que la cubría al igual que a sus dedos.
Al caer, la revista se abrió justo en una página correspondiente al Che Guevara, descubriendo una rosa en medio de la página. Una rosa aplastada y seca, sin duda, de casi cuarenta años de edad.
Levantó la rosa con un poco de dificultad debido a la posición y la examinó. No se le ocurrió olerla siquiera, la sintió ajena, extraña. Miró ociosamente hacia el suelo buscando pétalos caídos, cuando en eso vio un papel amarillento que, supuso, cayó también junto con la rosa.
Una pequeña nota doblada.
—¿Qué será esto? —Exclamó en voz alta.
Tenía bordes un tanto pálidos. Era una hoja cuadriculada de bloc de espiral todavía conservando los minúsculos pedacitos de papel que habían estado unidos originalmente a ese espiral. Sintiéndose todo investigador, la tomó con cuidado y la empezó a desdoblar.
La leyó en voz baja: «Dejé las cosas en el cajón de la izquierda. Recuerde, tiene doble. Estirar dos veces de la aldaba. Ahí está todo. Hablamos luego». Firmaba: «E». Sólo «E».
Sin recapacitar en el mensaje, realmente sólo se concentró en la letra «E». Con una claridad de pensamiento y con una seguridad tal que destruiría a cualquier complejo de inferioridad, Páris supo que eso era de Emilio, su papá.
Sintió otra oleada de emoción, pero más intensa, recorriendo su espalda y su espina. Por un instante sintió que su piel se ponía de gallina, sensación no rara en él.
De inmediato todo se disolvió al sentir el paso del tiempo que había transcurrido desde que llegó: la señora Alcira no tardaría mucho en llegar y tenía que continuar la limpieza o, de perdido, aparentar que lo intentó. ¿Qué decidir? ¿Leer las revistas, ponerse a limpiar, o inventar una buena excusa?
«Exacto», pensó Páris, «inventar una buena excusa». Acomodando lo que ya había sacado empezó a buscar debajo de las demás revistas que quedaban. No tardó en encontrar una caja pequeña, pero pesada, cubierta con un listón. Deshizo el listón rápidamente y abrió la caja. Adentro había un cuaderno o carpeta. Sus hojas están unidos por arillos de plástico blancos contrastando con sus pastas negras.
Páris, aunque creía no haber visto ese tipo de cuadernos, pensó que no podía ser de cuarenta años. Era mucho más reciente.
La primera hoja decía, con una letra manuscrita, más bien fina, que a Páris se le hizo incluso hasta delicada: «El Libro de Emilio». Y más abajo, de manera más tímida, si eso fuera posible: «y recortes ya olvidados». Al final de la página estaba la confirmación de que era un material más reciente: «México D.F. 1992-1993».
En ese instante el mundo de Jean Páris Abreu-Campuzano empezó a cambiar de rumbo, totalmente.

3. Voces


HASTA EL MOMENTO, Páris no había vacilado en absoluto en ninguno de sus movimientos. Pero al ver la carpeta titulada «El Libro de Emilio» no supo qué camino tomar.
La duda le inundaba la razón y le paralizaba parcialmente (recordó en ese instante una frase que leyó por ahí: «algo de duda te ayuda a enfocar el pensamiento y a moverte; mucha duda te puede llegar a paralizar».)
El «libro», ¿sería «de Emilio» como en el caso en que él, su papá, lo escribió? ¿O quizá sería «de Emilio», en el otro caso, en el que él, su papá, lo adquirió de algún modo y, por tanto, fue de su propiedad? Y había una tercera posibilidad: ¿qué tal si era más bien, acerca de él?
Además, estaba lo de la fecha, ¿1992-1993? Era su propio año de nacimiento. ¿Tendría alguna relación? Todavía había muchos agujeros en su biografía, quizás ese libro tuviere que ver con él mismo.
Se contuvo las ganas de hojearlo y de ir leyendo porciones de texto al azar. Lo único que se permitió fue revisar las hojas en forma rápida. Partes del texto corrieron ante sus ojos. Cartas pegadas a las hojas y muchos diálogos le llamaron la atención. Pero los leería en su momento.
Cómo tal vez ninguna de esas especulaciones tuvieran sentido, Páris hizo lo que más le pareció correcto. Y así fue como tomó el primero de los documentos y recortes que conformaban la carpeta.
La primera hoja estaba suelta. Aparentemente era de un libro o revista, Páris hubiera seguido haciendo conjeturas, pero empezó a leerlo, por fin.



Preludio.

Y la gente reía. Y la gente estaba feliz.

La calma que precede a la tormenta.
Presenciar los vientos del cambio.
Dejarse arrastrar por la marea o por la corriente.
La tormenta que se desata.
Estar dentro del remolino del caos.

Ser joven en 1968 fue como estar dentro del mismo ojo del huracán.

* * *

¡MÉXICO 68! ¡MÉXICO 68! ¡MÉXICO 68!
¡MÉXICO 68! ¡MÉXICO 68!


Páris no entendía nada. Tomó el siguiente papel. Éste era un recorte impreso que tampoco supo de dónde provenía, a ciencia cierta, si de un periódico o de una revista.

Es evidente que, en estos tiempos espaciales y olímpicos, en todo el mundo se respira un ambiente de transformación. Es el tan anunciado final del status quo.

«¿Qué será un status quo?», se preguntó Páris.

Todos estamos de acuerdo: la situación no puede seguir igual. Las mayorías opinan: la meta ya no es el hecho transformado, sino el cambio en sí. El cambio por cambiar. El cuestionamiento de todo, o más que eso, el cuestionamiento del Todo. Cuestionar por cuestionar. El investigar el motivo de lo que nos rodea. Hoy todo es dudoso. La autoridad, y, sobre todo, sus manifestaciones (gobierno, maestros, padres) serán enjuiciadas y castigadas si se les encuentra culpables.
Habrá justicia.


«¿Enjuiciar la autoridad? Pero, ¿a quién se estará refiriendo?»

Llega el momento en que las nuevas presiones hacen que la tranquilidad y la estabilidad aparente se desplomen, dando lugar a que se vuelva a edificar una sociedad con más justicia, con nuevas bases, con nuevos pilares formados desde el sentido común para beneficio de la gente, sin demagogia, sin falsedades, sin mentiras.

La purificación. La destrucción total del actual entorno. Ésta aún no está considerada, pero se hará si fuere necesario.

Sólo los restos arrasados por los fuegos nuevos quedarán como testigos mudos.

Los fuegos nuevos que llevarán consigo la esperanza de la nueva creación. La nueva oportunidad. Un nuevo comienzo. Un nuevo Génesis.

Romper las cadenas. Robar el fuego de los dioses. Ser los nuevos Prometeos.


—Guau —es lo único que acertó a expresar. Continuó leyendo:

Aprovechar el momento. Eludir las fuerzas oscuras que sólo quieren mantener ese estado mental con sus epítetos tan terribles: status quo. Las fuerzas oscuras que quieren mantener a toda costa su posición conseguida al precio supremo de mucha sangre del pueblo ignorado y sufrido.

Pero ellos dicen una y otra vez: No piensen en el futuro, éste se arreglará sólo, además, ¿qué podría pasarnos?

Tengo ganas de vomitar.


Interrumpió la lectura. Hasta este punto a Páris todo se le había hecho interesante. Pero había más preguntas: ¿Cuál era el objetivo de este documento? ¿Por qué él no entendía?
Escuchó un ruido.
Nervioso, se alertó. Miró a su alrededor, de repente, reparó en el hecho de que no había limpiado gran cosa en todo el tiempo que llevaba en el viejo cuarto. Se encontró sin mucha justificación, inmediatamente hizo un estimado de lo que faltaba para que llegara la señora Alcira y la abuela y concluyó que todavía podía manejar la situación. Decidió continuar.
Éste era otro documento extraído de quién sabe donde. Páris se acomodó de nuevo a leer sentado sobre la anticuada cama. Traía similar al anterior una anotación con tinta: «Fragmento de ‘Paternalismo’ de E. Fabio, ‘Fábulas de lo Habitual’, 14-agosto-1968».


Shhh, el mundo nos observa. Aquí nos dicen, con voz bajita:
‘No hagan ruido. No se muevan. No respiren». Los agentes de Potemnkin ejercen su poder.

«¿Quién será Potemnkin?», se preguntó Páris.

Arreglen todo, pinten todo… Báñense, limpien, pulan, trabajen, construyan, sin cesar, sin cesar, porque el mundo nos observa desde afuera. Y ya vienen para acá. Cállense, no discutan, no peleen, por favor, no digan nada, lavemos nuestra ropa en casa.

«¿A quiénes les habla?», pensó, intrigado.

No nos exhiban. Por favor. No hablen fuerte. No se quejen. No protesten. No se aprovechen de la situación. No hagan que les tengamos que corregir. Ustedes bien saben como es esto. Los queremos y ustedes nos quieren, ¿no? Porque sí nos quieren ¿verdad?
Digan que son felices y que están contentos. Por favor, digan que así quieren que sean las cosas. Digan que están satisfechos. Digan que todo es perfectible. Digan que estamos a un paso de lograrlo, con la ayuda de ellos y, por supuesto, con la ayuda de ustedes.
Digan que su gobierno, nosotros, hemos sido buenos y que no los hemos defraudado. Piensen que hay que darles la mejor impresión. Piensen que ellos no nos conocen muy bien. Imagínense si se van de aquí con una idea equivocada. Imagínense si se van de aquí con la idea de que todavía existe un México Bárbaro.

—México Bárbaro —repitió Páris en voz baja. Siguió leyendo.

Ustedes no querrían que se fueran con una idea tan lamentable, tan equivocada, tan malintencionada...
No se pongan así, escúchenos. Estamos haciendo lo posible por dialogar. No, ahora no pidan eso, saben que es muy difícil ceder sin que tenga un costo. No, no me cuestionen, va a haber visita y tienen que estar callados, ya han estado callados antes, ¿por qué ahora les ha dado por hablar de más?
Sí, hemos sido muy felices. No saben cuánto los queremos a ustedes, ustedes que han sido buenos niños, han sido buenos hijos, no me causarán problemas, ¿verdad?
Mis hijos, mis hijitos que los quiero tanto, yo nunca les pegaré, nunca...
(Shhh, el Mundo está ahí, espiándonos, buscando el pretexto…)
Ellos, qué conocen de México. México tiene muchas caras. Lugar de pirámides, lugar de gente mestiza, lugar donde los hombres al morir se convierten en dioses. Antesala del primitivismo. México mágico. Nación de artesanos, de artistas, de creadores. Nación triste, mezclada. Nación que aspira a algo mejor. Nación supersticiosa. Nación de sólo unos cuantos afortunados. Nación revolucionaria.
Lugar donde los mitos revolucionarios se convierten en realidad. Lugar donde se funden el águila, la serpiente emplumada, la muerte, la vida, la alegría, la tristeza, los conquistadores, los conquistados, las esperanzas, la fatalidad, la miseria, la riqueza, el lugar común al que todo mexicano aspira.
(Shhh, el mundo está al pendiente de nosotros...)
País en vías de desarrollo que busca un lugar en el concierto de las naciones más avanzadas del orbe. País que busca y niega una misma identidad simultánea. País al que le conceden un lugar en el espacio. País al que se le da un gentilicio. Que fue rapiñado por mucha gente de fuera, lo cual era natural, y por mucha gente de dentro, lo cual también era natural.
País en donde se cumple al pie de la letra la propuesta de Orwell en el que todos somos iguales pero que algunos somos más iguales que otros.
País en donde la tragedia, la comedia y el Cosmos se envuelven en un tragicósmico abrazo amoroso. País en donde el absurdo es la regla más que la excepción. País que sugiere la continua percepción de la herencia árabe de su padre español en el cotidiano fatalismo del ‘ojalá’, del ‘mañana’.
País violento, país sangriento, país sin alma en el que puedes morir o llegar a ser enterrado si moriste lejos de ahí. País en el que naciste llorando y en el que al final llorando te dirán adiós. País extraño y lánguido en donde las lágrimas corren y correrán. País politeísta, país de un solo Dios verdadero. País que vive y pervive en su religión.
País cínico, país burlón. Nación de designio supremo. Nación de naciones. Nación de lenguas vivas y de lenguas muertas. Nación de diversidad. Nación de odios. Nación de amores.
(¡Pobres! Ellos ignoran que...)
...México es un país autodescriptible. México es un país indescriptible. En México vives en la incertidumbre. Como México no hay dos. Algo que nos mortifica: ¿por qué la gente que no es mexicana no lo entiende?
Pero gracias a Dios en México no hay angustia existencial; en México no hay lugar para las dudas del ser. En México no hay lugar para la violencia de un fanático, de un desquiciado. Los desquiciados en México no salen a la calle ni se suben a una torre para disparar a la gente indefensa como patos en feria.
Ellos no lo saben pero los que sí sabemos de México estamos seguros de que Dios, el Presidente, el Partido Revolucionario Institucional, la Televisión, la Lotería, el Mañana, la Raza de Bronce, la Fiesta, la Magia, el Mal de Ojo, el Día de Muertos, la Violencia, el Líder, el Ejido, la Revolución, el Alcohol, Juárez, el Contraste, el Siempre, la Inalterabilidad, el Colonialismo, la Brutalidad, la Costumbre, la Superstición, la Duda existen, y existirán todos juntos por siempre...
Shhh, el mundo nos está observando y ellos no lo deben de saber...
Porque…
…el mundo cree que somos una nación risueña. Porque el mundo cree que somos un ejemplo de estabilidad; porque el mundo cree que estamos aprendiendo buenos modales para cuando nos inviten a cenar;
Y el mundo permitió que hiciéramos la fiesta olímpica; porque el mundo cree que somos un país en proceso de maduración; porque el mundo cree en tantos ideales que no son y que nunca lo serán…


«Está hablando de las Olimpiadas, son las Olimpiadas».
Llegar a este punto le creó a Páris un sentimiento de confusión. Con más razón se preguntaba: ¿por qué alguien haría esto?


Pero se olvida que hoy mismo el mundo está sorprendiéndose al mundo mismo, porque están sucediendo portentos, extraños y maravillosos...

Al final del recorte había un extraño poema:

Y el mundo, ese mundo atento,
ve el cambio que trasciende con fascinación,
como si estuviera viendo la llama de un cerillo
que está sostenido por sus propias manos,
y la llama, en un proceso lleno de magia extraña
va consumiéndolo poco a poco...

Y la llama ilumina y se consume
y la llama destruye,
va descendiendo,
poco a poco hacia su mano,
inexorablemente,

El cambio es un fuego que devora.
Fuego devorador que augura el mismo cambio.
Porque dicen que la llama es necesaria
para encender y evadir la oscuridad.

Pero si alguien jugase con el fuego, podrá quemarse...
...porque el que juega con fuego corre un riesgo,
sobre todo cuando lo hace por vez primera.

México juega ahora con el fuego olímpico
y su gente juega ahora con el fuego de la libertad.

Con el fuego de la libertad, por vez primera...
* * *
¡MÉXICO! ¡MÉXICO! ¡MÉXICO! ¡MÉXICO!
¡MÉXICO! ¡MÉXICO!


Fin de preludio.

«Raro final», se dijo para sí Páris. Pero ese nombre de su país entre signos de admiración le resonó en los oídos como si hubiera sido exclamado en las voces de mil, diez mil o más gargantas, diciendo lo mismo.

4. Preguntas


Páris suspiró. Guardó los papeles con el cuidado que pudo dentro de la carpeta, como en una pequeña ceremonia, y los acomodó. Vio la hora. Ya era pasada la una. Con razón tenía hambre. Se acordó de preparar la excusa para la señora Alcira.
La otra opción era sencillamente decirle la verdad, que se entretuvo con unos papeles. Sí, eso sería todo. Total, mañana era domingo y podría continuar la limpia. De hecho, en ese momento ya no estaba de humor como para seguir las labores.
Volvió a curiosear por entre las cajas. Había una pequeña caja de cartón rígido que no había podido ver antes. Quizás habría algo más, ¿fotos? Sí, allí estaban. Viejas fotografías en blanco y negro, algunas en color ya muy desvaído.
Otra vez le volvió esa sensación familiar. «Allí seguro que va a estar mi papá. Mi abuela joven, quizás». A esas alturas ya no se asombraba tanto. Cualquier persona se acostumbra al azoro después de estar azorada por un buen rato.
Las vio de manera ligera, una tras otra.
Grupos de amigos, quizás estudiantes. Todos eran jóvenes, un poco mayores que él. Fiestas o reuniones. «Qué raras fiestas, ellos vestidos como con trajes formales, ellas igual, con vestidos que seguramente intentaban ser elegantes. Y mira esos peinados de las mujeres», se dijo Páris, mostrando cierto respeto hacia las modas que en realidad no le parecían tan ridículas. Mucha gente desconocida.
Pero no toda. Allí estaba su papá. Ese era, ni más ni menos. Contuvo la respiración por un segundo, examinando la foto con atención. Eran tres personas, dos muchachos a un lado y una muchacha al centro. En el suelo se veía una cámara de cine, al parecer antigua (por supuesto), recostada. Bolsas y más bolsas. Al fondo había personas que no ponían mucha atención a la cámara.
Los tres jóvenes denotaban mucha camaradería. Ella, de pelo largo, rizado, seguramente castaño, de blusa oscura, pantalones, al parecer sandalias, viendo a la cámara sonriendo de manera picaresca. El de la derecha, se veía alegre y despierto, el de la izquierda, de lentes, un tanto más solemne, serio.
«Mi papá siempre salía serio, según me cuenta la señora Alcira, con sus lentes», se dijo.
Páris se sonrió. Luego le reclamaría a la señora Alcira de la existencia de estas cajas y volteó casualmente la foto por el reverso a ver si alguien le había escrito la fecha o algo así importante o significativo.
Y sí, ésta también traía un mensaje: «Aquí estamos, jefa, en Ciudad Universitaria, hoy 13 de agosto, estando a punto de partir a la manifestación. Alex, como siempre, con lentes (no se los va a quitar nunca, parece) y su cara larga. Aurora, preciosa y yo, ya sabes, siempre en el relajo».
Estuvo a punto de soltar la fotografía mientras tomaba la siguiente cuando un impulso repentino le detuvo la mano en el aire.
«Un momento». Páris se quedó frío por un instante. Volvió a ver la foto. Y volvió a leer el reverso. Algo andaba mal. «Alex, como siempre, con lentes...».
Aun y cuando Páris no tenía más que tres fotos de su papá, y éstas no eran muy claras, lo que sí tenía claro era que su papá era el de los lentes. Indiscutiblemente. Lo había sabido desde siempre. Toda su larga vida consciente de catorce años.
Examinó las fotos con aún mayor atención y detenimiento. No había duda, ese de lentes era su papá: Emilio Abreu.
Pero… ¿por qué se habían equivocado en la foto? En definitiva, era eso, se debieron de equivocar de nombre. Alguien le había puesto a su papá el nombre de «Alex».
«¿O que mi papá se llamaba Emilio Alejandro…? No, creo que no», reflexionó Páris. La señora Alcira nunca se lo había mencionado y él ya había visto algunos papeles oficiales incluyendo un acta de nacimiento viejísima de su papá donde decía llamarse claramente Emilio Abreu Campuzano. Así, sin guión. Él era Abreu-Campuzano, con guión. Decisiones de familia, le había dicho la señora Alcira.
Sin menor duda, su papá ni por asomo se podía haber llamado Alex, o Alejandro. ¿Algún seudónimo?
«A lo mejor en ese momento se estilaban los nombres falsos», pensó esperanzado de darle mate al pequeño misterio.
Sí, debió ser un error.
Tomó la otra foto. Ese sí era su padre. Como si la foto hubiera sido tomada el mismo día de la anterior, pero al final del mismo. Un Emilio cansado veía a la cámara, quizás un poco más despeinado. Volteó la foto para ver la dedicatoria:

En la noche de 13 de agosto de 1968 Alex ya no quería fotos
Cómo nos reímos Aurora y yo. La pasamos bien suave. La neta.


Páris se estremeció. Ya no había la menor duda. El tipo de lentes era «Alex», al cual él identificaba como Emilio. Era como si se hubieran cambiado los papeles de una manera extraña e inverosímil.
Ya con más celeridad revisó las demás fotografías. Encontró ahora una del otro tipo, el amigo que estaba a la derecha, en la primera foto. Estaba sonriendo. Leyó al reverso:

Para mi mami, de su hijo favorito (el único, ja-ja) que la quiere mucho y que la extraña,
Emilio.
México, D.F. 14 de agosto de 1968

Páris estaba congelado. Emilio, su papá, no era el mismo que aparecía en las fotografías correspondientes. Su papá seguía apareciendo con otro nombre: «Alex».
Y el que se decía Emilio era un perfecto desconocido. Al menos para él. Algo bastante extraño estaba sucediendo. Se sintió sobrecogido por lo que estaba leyendo y, sobre todo, por las implicaciones. Su mente empezó a trabajar con rapidez.
«A ver, ¿cómo está esto? Primero, una foto de tres amigos. Yo identifico al de la foto como Emilio, mi papá. Segundo, la foto dice que es Alex. Resulta que una segunda foto también lo identifica como Alex. Hasta aquí todo puede ser un juego de intercambio de papeles. Eso es, sólo un juego.»
La tercera foto. Dentro de sí, Páris intuía que venía a demoler la realidad establecida.
Empezó a comprenderlo todo. Como si una luz intrusa se hubiera posado en un lugar que él no quería interesarse en iluminar.
«Sí. Las fotos que he conocido hasta ahora son de este ‘Alex’ y no de este otro ‘Emilio’. Además, la situación está clara, ¿no? Siempre me le he parecido a mi papá… Este ‘Emilio’ es el hijo de mi abuela y ahora resulta que yo soy hijo de ‘Alex’. Aparte, para rematar: yo de ninguna manera me parezco a este Emilio, yo me parezco a este ‘Alex’...».
Páris sintió su cuerpo muy pesado de manera repentina. Se sintió sofocar un poco. Las fotografías se disolvieron en su mente. Cerró sus ojos y el pequeño instante se le hizo bastante largo. Necesitaba respirar aire fresco. Inhaló con fuerza.
Las preguntas se le sucedieron una tras otras sin detenerse a contestarlas, eso sería después: «¿Qué está pasando aquí? ¿Quién vino a cambiar las cosas? ¿Por qué Emilio dejó que se cambiara el nombre? ¿Qué supo mi abuela de todo esto? ¿Será ella mi abuela de verdad?»
La mente de Páris se convirtió en un remolino. Cerró los ojos y soltó los papeles. Las sienes las sintió más abultadas. Abrió los ojos y miró hacia el espejo que tenía de frente y se desconoció. Ráfagas de vértigo le cruzaron por su cuerpo una y otra vez. Al mismo tiempo sintió que la piel se le había erizado. Y tal como había llegado el mareo, éste cesó repentinamente.
Inhaló de manera profunda. No le fue suficiente. Y volvió a hacerlo. Cerró los ojos y se los talló con las manos. Los abrió y se observó los vellos de sus antebrazos.
Ahora sólo dijo en voz alta:
—Y ahora, lo más interesante: ¿quién es mi papá?
Y allí, frente a un ropero, unas cajas de cartón, unos documentos, una carpeta y unas fotografías absurdas, restos de un ayer patético, Jean Páris Abreu-Campuzano se sintió más sólo que nunca en toda su solitaria y ahora patética vida.
A pesar de que buscó, Páris no encontró nada más de interés. El resto del día se logró sobreponer y arregló el cuarto a como pudo para no enfrentarse con la furia eterna de la señora Alcira y se llevó, a como pudo también, y con todo el sigilo posible a su edad, el precioso cargamento hacia su cuarto.
Después de llegar y de hacer la comida la señora Alcira verificó que Páris había cumplido con lo prometido, con desgana pero cumplió, al menos. Al ir con él para preguntarle qué quería de comer, Páris le contestó que no tenía mucha hambre.
Más tarde, la señora Alcira lo trató de buscar para preguntarle sí quería merendar, pero él, a su vez, no le contestó más que con monosílabos y bisílabos. Lo único extra que dijo fue un «estoy cansado» seguido de un «no gracias» y de un «después, más tarde».
La señora Alcira, ocupada en otros menesteres, no le prestó más atención. Después de todo era sólo un adolescente más.


Los domingos en esa zona de la ciudad de México eran particularmente calmados y esa mañana no podía ser la excepción. Páris yacía en la cama perezosamente, sopesando las acciones a seguir.
Volteó hacia la ventana y de allí hacia su escritorio donde estaba la caja de la carpeta. No entendía nada. ¿Por qué todo era tan complicado? ¿Por qué no podía ser más sencillo?
Como todos los muchachos de esa edad, odiaba las complicaciones. ¿Cómo alguien podría haber querido hacerle… eso?
¿Cómo reclamar algo de lo que exactamente no se tiene una idea clara?
Con todo el dolor de su corazón, tendría que leer las cartas y adentrarse en el libro-carpeta.
Miró las fotos una vez más, y las volvió a comparar. Su papá-Emilio ya no era de ese nombre. Ahora era su papá-Alex, quien quiera que fuera él realmente. Su papá-Alex.
Se levantó. No tenía deseo alguno que valiera la pena. ¿Prender la tevenet y jugar un videojuego en línea con doscientos desconocidos? No. No había humor. Según él había qué tener humor para realizar ese tipo de actividades constructivas. Y hoy no lo tenía. Lo que tenía en ese momento ocupando su mente era sombrío.
Miró de nuevo hacia la carpeta con arillos blancos en su caja. Allí quieta, la carpeta parecía estarle exigiendo que le leyera, que era vital para su existencia, que era necesaria para darle de nuevo un sentido a la existencia, para encontrar el soporte necesario que estaba trastabillando. Papeles viejos dentro de una carpeta sin valor aparente. Se preguntó si todo valdría la pena. Inspiró profundamente.
La leería. Pero antes, iría a la cocina a recuperar fuerzas. Sería una ardua tarde y probablemente una ardua noche.
Sigilo absoluto, concentración total. Vació lo que pudo de la alacena y antes de darse a conocer con los nativos, huyó sin dejar rastro. En su bandeja llevaba lo indispensable para sobrevivir unas horas. Dudó un poco si incluir un chocolate. No, sólo lo nutritivo. Mermelada, pan, tenedor, refresco. Línea libre hacia su cuarto. La puerta cerrada. El mundo atrás. Todo listo sobre su escritorio. Encendió su equipo de música. No sabía cuánto se tardaría, pero tenía todo el día, la tarde y quizás hasta la noche.
Por fortuna, gracias a los esfuerzos y apoyo del profesor Rubén Solís, Páris disfrutaba de leer en Internet 2 y en los DVD-2s del momento, además de hacerlo en papel y libros de toda especie y de todas dimensiones.
Dio una mordida a su pan con mermelada. Después de pasarse el bocado, tomó un trago a su pepsi y respiró hondo.
Tomó la carpeta y empezó a leer la introducción. Sin saberlo, de una manera casi inconsciente fue deslizándose hacia dentro de un mundo y tiempo lejano, separado de su presente y a su futuro, pero sólo hasta ese momento. Las palabras encontradas, dentro de lo que estaba a punto de sumergirse, lo dejarían fascinado por toda la vida.
Afuera en la gran, venerable, ciudad de México, de manera imperceptible, todo siguió igual y todo cambió.
Sin percatarse de los espíritus y de fuerzas invisibles e incontenibles ya invocados y danzando a su alrededor, Páris tomó la carpeta y leyó. Y leyó, y leyó, hasta que las llamas del infierno, su infierno, lo consumieron.

5. El Libro



México, D.F. julio de 1993.

NACÍ CON el nombre de Alejandro y me decían Alex. Mi pasado, en comparación con lo que he vivido, es ya lejano y no importa; ni quiénes fueron mis padres, ni siquiera si tuve tíos o no. No fui, hasta los dieciséis años, ni una persona querida o lo contrario. Lo que importa en realidad es que cuando entré en la prepa conocí a Emilio Abreu Campuzano y que por muchas circunstancias diversas… bueno, ya lo explicaré.
Por años no me he llamado Alex. Hoy, y sólo durante estas páginas, me llamaré como originalmente fue mi nombre: Alejandro Castillo.
El desconsuelo me embarga y me obliga a sentarme a escribir esto junto con la historia de mi pasado. No, éste nunca me persiguió. Tampoco escribo esto como expiación de mis pecados ni como disculpa por mis actos, sino más bien por mero amor y recuerdo a lo que me dio la oportunidad de vivir una segunda vida.
Quizá fui cobarde y pude haber sobrevivido sin tanta argucia, o quizás es que nunca me supe enfrentar a la vida. Me escudé en una máscara de una no-existencia pero... sin embargo... pude vivir. Y vivir es recordar.
Emilio. El verdadero Emilio. A ti te lo debo.
Bueno, aquí estoy. Tengo 43 años, no tengo mucho de haber llegado de España. Volveré allá dentro de poco. Detalles del Quinto Centenario y otros asuntos. Este país, mí país, México, me resulta extraño. La gente me ve raro mientras hablo. Dicen que traigo la «c» muy cargada. No lo sé. No me hace mucha gracia.
Estuve releyendo lo que dejé de mi vida y que, curiosamente, estaba de algún modo intacto allí todavía, en el viejo cuarto trasero de huéspedes.
Libros, revistas, que de repente envejecieron en mi memoria. La señora Abreu Campuzano, «mi jefa», sigue más allá de la realidad; la señora Alcira, toda seria e interesante, no sé si ellas envejecieron o qué… Quizá sea que en ellas el paso del tiempo existe solamente de soslayo.
Cuando sucedió todo «aquello», ellas hicieron lo posible por resguardar todos los documentos, protegerlos de la humedad, suponiendo (bien) que a lo mejor iba yo (o alguien más) a volver algún día, no sé si de la tumba o del exilio.
Exilio. Cómo odio esa palabra.
México ha cambiado. El aire es más denso. Más picante. Muchos automó-viles, mucha gente.
Pero la vieja casa está igual. El jardín, el pequeño cuarto trasero. Lo primero que vi cuando entré fue el ropero en donde yo guardé una buena temporada mis artículos personales. Incluso había rastros de los papeles que le pegamos un día.
Como que allí hay algo que es parte mía y, sin embargo, no hay nada. Me doy cuenta de que ya no pertenezco aquí.


Estoy saliendo como de un trance. Estoy despertando a mi realidad. Hoy pasé por Insurgentes y vi Ciudad Universitaria de lejos. Un oficial de tránsito me pitó al lado y una patrulla encendió las luces. Me asusté un poco. No, me estoy mintiendo, me asusté un buen. Pero, a Dios gracias, no fue para mí.
Después pienso que no debería asustarme, que todo acabó.
Todo acabó hace mucho.
Hoy veo muchas armas en la ciudad, muchas de grueso calibre. En los bancos, en las esquinas, en los restaurantes, se respira un aire de cierta violencia queda. Percibo cierta tensión…
Quizás es que me quiero ir.
Pero tengo que terminar algo primero.
Conseguí un microordenador para escribir esto. Pero me estaba faltando un detalle hasta que lo conseguí no descansé. Quizá lo vieron en mi mirada. Quizá los silencios hablaron por mí. Quizá fue la cara de «la jefa» diciéndome con su silencio mucho de lo que nunca me pudo decir. O quizá fue la señora Alcira dándome las llaves del cuarto trasero. No cruzaron palabra conmigo más que lo mínimo indispensable. Fue extraño, distinto.
Es curioso, salgo por la mañana al México Moderno y por la tarde vuelvo al México de antaño. Chocolate, huevos, frijoles, tortillas, el olor a encerrado. Aquí estoy en una cápsula del tiempo. Todo está congelado.


En momentos me doy cuenta que yo ya no pertenezco aquí, que quiero irme de inmediato. Después me tranquilizo y siento que eso no es posible, como si México me siguiera atando. (Quizá me atará por siempre). Pero muy próximamente me iré, lo sé.
Por lo demás, tengo un problema de índole práctica: no quisiera que alguien me reconociera. Podría tener problemas.
¿Cómo explicaría mi reaparición a algún viejo amigo? ¿Quién voy a decir que soy? Imposible.
Lo bueno es que ya voy a terminar mi visita. Sólo tengo que arreglar tres detalles: uno es la parte comercial a la que vine, a punto de concluir. Otro más que se tendrá que resolver tarde que temprano, de una manera u otra. Y lo último: esto que estoy escribiendo. Concluir el viaje sentimental obligado, todavía que estoy sano y lúcido.


Encontré las cartas de Emilio. Siempre se me hacían diálogos en un solo sentido, más que monólogos. Me emocioné de sólo ver su firma. Siempre le criticaba cómo hacía su caligrafía, en especial la letra «e». Seguido le decía que así no estaba bien. Él me sonreía y me decía que me fuera al diablo, o su equivalente, que así se le hacía fácil y que lo demás no importaba.
¿Qué cómo las encontré? No hubo necesidad de pedirlas. Ahí estaban en su caja, en la cama del cuarto de... «mi» cuarto. Las descubrí después de cenar. Las leí una por una. Después de tanto, todo se me viene encima. Vuelvo a gozar, vuelvo a divertirme, vuelvo a enardecerme, me pongo triste, se me pone la carne de gallina.
El resultado es igual. La tristeza termina por invadirme.
Las intercalaré una por una en mi narración, según entienda. Creo que son valiosas. Y si no lo son, no me importa, son de alguien que todavía me importa mucho, después de tantos años.
Ya basta de introducción.

6. Impulso

México, D.F., principios de agosto de 1968

Lo estuvimos percibiendo por las calles, por los salones de clase, en las asambleas, en todas partes en donde se reuniera gente (público mínimo: dos personas). Sentíamos que algo grande se cocinaba. Se veía venir.
No sé en qué día fue, ni cómo empezó exactamente, pero de lo que estoy seguro es que la escena fue similar:
—¿Ya supiste?
—¿Qué?
—¡Vamos a secuestrar camiones!
—¡¿Qué?!
—¡Nosotros! ¡El movimiento! ¡Nos ponemos en marcha!
—¿De qué hablas?
—El movimiento, el movimiento.
—¿Cuál movimiento?
Mi cara de interrogación era total. Enfrente tenía yo a una cara de admiración, como sorprendiendo a la ignorancia en todo su pleno.
—¡Nuestro movimiento! ¡Vente, vamos, se va a poner bueno!
—Pero... ¿y las clases?
—Tú vente, hasta los maestros van a estar allá.
Ante tal situación no había peros que valieran. Ninguno. De repente, escuché mi nombre.
—¡Alex, Alex, ven!
Una mano me estiró y salimos sin más. Afuera había mucha gente.
Y todos estaban sonrientes.

Días después Emilio y yo nos detuvimos a observar el camión incendiado. Gruesas columnas de humo sobresalían de donde estaban las llantas y de donde estaba, o estuvo, el motor. Ocasionales llamas rojas con tintes amarillos y anaranjados rompían lo monótono del humo. La gente estaba paralizada al mismo tiempo que fascinada, sin acertar a moverse de ahí. Las sirenas ya se oían a lo lejos. Emilio me habló primero.
—¿Cómo ves?
—Grueso, maestro.
—Y tú que no me creías...
—¿Quién fue?
—No estoy seguro, a lo mejor alguien de la Prevocacional que tuvo la idea, los demás nada más le hicieron caso.
—Qué obedientes...
Mi tono fue, como era el caso siempre que quería aparentar serenidad, sarcástico.
—Bueno, pues vámonos, que no tarda en venir la poli.
Emilio, según su costumbre, dando la primera acción. U orden, pero yo no lo sentía tan así. A veces era más sutil.
El camión seguía ardiendo, la gente seguía arremolinándose a su alrededor. Curiosos de todas partes que iban y venían. Llegaron las primeras patrullas abriendo paso a los bomberos, los policías granaderos llegaron en vehículos desde varios puntos en una forma que se me hizo simultánea de donde, todavía sin parar la marcha del todo, bajaron grupos de agentes a rodear al camión.
De inmediato empezaron a agarrar a los curiosos. Al mismo tiempo todos nos dimos a la fuga, debiéndola o no.
El fuego siguió avanzando por entre el camión. Humo negro se elevaba incluso por entre los edificios. Niños viendo sin comprender del todo lo que estaba pasando. Al último pestañazo hacia el tranvía medio carbonizado mientras corría, ya no había multitud alrededor.
Emilio y yo habíamos corrido lo suficiente y estábamos ya fuera del alcance de los polis. Las caras de la gente que nos encontrábamos seguían la fiesta del fuego desde lo lejos, más seguros, mostraban una mezcla de asombro y temor. Nos paramos a tomar un taxi en una calle aledaña.
Ahí pedimos que nos llevara hacia el sur, hacia el rumbo de Coyoacán, específicamente. No dijimos nada. No queríamos hablar frente al conductor. Nos bajamos en cuanto vimos terreno conocido y empezamos a platicar más relajados.
—Estuvo cerca… —empecé a decir.
Emilio no me contestó, estaba apurado, normal, no tenía buena condición. Yo seguí hablando:
—Es más, creo que me alcanzó a ver un cuate de la primera granadera que se paró. A lo mejor me reconoció...
Finalmente me respondió:
—No creo. Lo dudo. ¿Tú te acuerdas de él?
—No. Todos esos tipos se parecen entre sí. Todos morenos, lentes oscuros, bigote, caras de perro. No quisiera conocerlos de cerquita.
Emilio en su modo de siempre, apacible, dijo:
—No tengas miedo, mano, ¿qué puede pasar?
—No sé. Ni quiero saber.
—Bueno. Vamos a la casa. Ahí estaremos más seguros.
Llegamos pronto a la vieja casona. La vista de sus árboles siempre me tranquilizaba de una manera inexplicable.
No había nadie y entramos con la llave de Emilio.
Después de saquear el refrigerador, nos fuimos hacia el cuarto de huéspedes que estaba en el patio de atrás de la casa.
—Ya. Échate el sandwich.
—Sale…
Comimos como niños de hospicio, según frase muy repetida de la mamá de Emilio.
Encendimos la radio. Iba a decir algo pero Emilio me calló poniendo un dedo en su boca.
«—...hoy fue otro día de disturbios en las calles de la ciudad. Nos acaba de llegar la noticia de camiones quemados al parecer por estudiantes en calles importantes del centro...»
—¡Qué rápido llegan las noticias, qué bárbaro! Pareciera que... —empecé a decir.
—Shhh —me volvió a interrumpir Emilio.
«—...la policía reportó cinco lesionados de entre sus miembros y la captura de ocho agitadores y estudiantes que ya fueron consignados. En otras noticias se informó que un bombardeo sobre Vietnam del Norte destruyó...»
Emilio se sentó en el sofá y con aire de decepción dijo:
—Ya. Apágalo.
Me le quedé viendo y apague el viejo radio. Al cabo de un rato pregunté:
—¿A quién habrán atrapado?
—Sepa. A mirones y a curiosos, seguramente. La poli y los granaderos no quisieron salir de ahí con las manos vacías, creo. Han de justificar su labor. El sueldo, a lo mejor…
—¿Emilio...?
—¿Qué?
—Lo mismo que ya te he dicho, a veces tengo miedo.
Jugaba con el cable del teléfono, como siempre lo hacía. Sentía en esos momentos que me enfrentaba a un juego que no alcanzaba ni a definir ni a terminar de medir. A veces me daba por reflexionar, después de la euforia.
Emilio trató de animarme, un poco más confiado:
—Andas mal. Sólo tenemos que ser cautos. No caminar cerca de los cocolazos, es todo, ¿qué nos pueden hacer?
—Si nos atrapan, ¿quién sabe?
—Sí, ¿pero bajo qué cargos? —Me respondió Emilio, tranquilo.
—No sé, ¿de «disolución social»? ¿El artículo o delito ese que se menciona en el pliego?
Emilio se me quedó viendo. Yo ya había dejado de jugar con el cable. Finalmente me contestó:
—No, no creo. No traemos armas, traemos credencial de estudiantes. No traemos el pelo muy largo, bueno, algo, pero no mucho. No nos vestimos muy de onda. Parecemos típicos clasemedieros, casi burgueses. Es más, somos clasemedieros. No traemos navajas ni cocteles molotov. Además, dime, ¿dónde les podemos pegar? Sólo queremos que nos oigan. Es todo. Vamos a conseguir el diálogo. Vas a ver. ¿Qué más pueden hacer?
Por mi mente pasaron varias imágenes que tenían que ver con policías cargando con bastones y escudos metálicos y estudiantes golpeados. Lacrimógenos y piedras juntos. Podría filmar un buen documental con eso... si tuviera las agallas para estar ahí. Le contesté a Emilio:
—¿Y los rumores de decenas muertos y desaparecidos? No estés ciego, Emilio. Hay compañeros de compañeros que han visto cosas muy raras. Amigos de amigos de amigos que ya no se han visto...
Él hizo con su mano su gesto clásico de desmerecerme.
—No creo que sean tantos. Yo creo que algunos de esos que no se han visto, ¿qué tal si se fueron a provincia? —Hizo una pausa—. Ya sabes el ambiente que se cargan algunos cuates, están muy politizados. Pero no creo que la situación esté tan crítica. He escuchado que ha habido, a lo mucho, dos decenas de muertos. La situación sí es preocupante, por supuesto, pero Alex, yo digo, el ejército ya hubiera entrado en Ciudad Universitaria y no ha entrado. Y que ni entren...
Sentía que debía conceder en ese punto al menos. Dije:
—Puede entrar cuando quiera. Pero, es cierto, okey, el ejército no va a hacerlo. Imagínate, nosotros con Olimpiadas a la vuelta de la esquina y el gobierno dándole vuelta a la hilacha con el ejército en CU y todo… Pero no me convences del todo. De que ha habido muertos los ha habido. Lo que pasa es que la prensa lo oculta. Ya sabes, exagera los daños, encuentra culpables, limpia a la policía de responsabilidad y a nosotros nos enmugra.
—Pero eso es normal, Alejandro... Siempre va haber eso en tiempos de cambio. Queremos cambio y eso cuesta. Algo, por mínimo que sea. Va a costar. Pero no te apures. Mientras la pasemos bien y no lleguemos a exponernos de más...


Emilio y yo siempre habíamos sido muy amigos, desde que nos conocimos en la preparatoria. Coincidíamos en muchos aspectos, nos gustaba la misma música rock, folk y psicodélica, teníamos también una coincidencia asombrosa de películas que nos gustaban.
Pero las coincidencias hasta ahí llegaban. Mientras que yo era del tipo de personas que encajan en lo tranquilo, a Emilio le gustaba un poco más la aventura. Yo siempre tenía mejores calificaciones, mientras que a Emilio éstas no le preocupaban mucho.
Empezamos juntos en esto. El movimiento trabó contacto con nosotros como a la mayoría. Leímos de las primeras manifestaciones y de las represiones que la policía estaba llevando a cabo sistemáticamente allá en la zona de la Ciudadela. Aunque no éramos partidarios de la violencia y del desorden anárquico en sí, nos encantaba la diversión.
Además, el estar en comisiones de la Facultad siempre nos ponía en contacto con muchachas bonitas de muchas partes. Cuando nos empezamos a compene-trar más en el movimiento nos dimos cuenta que había muchos tiempos muertos y nos la pasábamos platicando y conociendo gente de todas partes, del Poli, de la Ibero, de la escuela de Bellas Artes, y del mismo Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, o CUEC, donde estábamos.
Allí, en el seno del CUEC, conocí a Aurora, una estudiante del mismo centro, amiga de Emilio. Como a mí y a Emilio nos gustaba el cine desde el punto de vista práctico se nos hizo buena idea apuntarnos como voluntarios camarógrafos o reporteros para filmar las incidencias del movimiento.
Más tarde pasó lo del camión ardiendo.


Después de un rato de leer y hojear algunas revistas dije:
—De buenas no llevábamos el equipo, nos hubieran agarrado con película y todo.
—Quién sabe. Lo que sí es que hubiera sido bueno que lo hubiéramos filmado, pero todo fue muy rápido. Hubiéramos grabado cómo se incendió el autobús y quién lo hizo... yo no conocía al cuate que lo prendió. ¿Y tú?
—No. Es más, quién sabe si era estudiante, a mí se me hizo que estaba grandecito. Ha de haber sido un cuate muy fósil... A lo mejor era infiltrado. O a lo mejor a algún desmadroso se le ocurrió la puntada de prenderlo. Por pura puntada loca.
Yo dije:
—Pues no sé —vi el reloj de pared y dije—: ya es hora de que nos hable Aurora, ¿no?
—Sí —Emilio hizo una pausa y continuó, suspicaz— Alex, ¿no te andarás clavando mucho con esa chava?
El tono que usó Emilio fue como de sondeo.
—N'ombre, güey —le dije en mi voz con el tono más normalmente firme y neutro que pude— yo respeto lo que no es mío. Después de todo, tú la viste primero y pues... ni hablar.
Más relajado, Emilio añadió:
—Pues no hay nada, estáte tranquilo, pero lo que sea de cada quién, la Aurora está muy apetecible, pero no hay bronca, no es de las que buscan compromiso… por lo menos no conmigo… Es más, no te apures por mí. Me cae bien, pero yo paso.
Pues sí. ¿Qué pude decir? Francamente me dio una sensación de alivio que traté de disimular. A lo mejor se dio cuenta. Me interrumpió en mis pensamientos:
—Échale ganas, quien quite…
Sólo pude decirle:
—Falta que hable.
—Al rato habla…
Pero Aurora no habló durante esa noche.


7 de agosto de 1968
Querida Madre:

¡Cómo viajas tanto! ¿Cómo te va en Hermosillo? Aquí todo bien. Tal como quedamos, aquí estoy platicándote lo que sucede por nuestros lares. Se confirma la idea de que allá en provincia nada de esto se publica o sólo sacan lo más escandaloso y que muchas veces es falso. Esta es la versión de parte de alguien que está de cerca viviéndolo:
Pues tú ya leíste lo de la Mano Tendida de GDO. ¿Qué te puedo decir? Este cuate se dirigió a nosotros desde Guadalajara. Como siempre pasa en los políticos, nos cambian el mensaje. Nos puso como si nosotros fuéramos los que lo buscamos. De hecho, sí lo buscamos pero no con el afán de protagonismo. Pero ¿en verdad queremos hablar con el Presidente? ¿Te acuerdas como les fue a los médicos con él hace tres años? ¿De cómo los reprimió? ¿Se podrá hablar ahora con Díaz Ordaz? ¿Tendrá el poder o la voluntad de resolver la situación? ¿No estaremos depositando mucha esperanza en él (con todo lo que nos pueda caer mal)?
Es curioso que al mismo tiempo que estaba pasando esto, hubo una manifestación en CU a la que asistieron como más de cien mil personas, además, imagínate, con el rector Barros Serra en el frente de todos. Fue increíble.
La marcha iba a ir desde CU hasta el Zócalo, pero nada más pudimos llegar a Félix Cuevas porque ¿qué crees que hicieron las «autoridades»? Pusieron tanques. Así es. Tanques ahí en las calles. De guerra. Para amedrentarnos, seguramente.
Pero no lo consiguieron. Los vimos con desprecio y nos devolvimos, ordenadamente claro, hacia la explanada de rectoría. Al final entonamos el himno.
Ni hablar, que ya tenemos nuestra declaración de principios y exigencias. Alguien le bautizó como «Pliego Petitorio» y la idea es que todos lo firmemos. Lo sacaron el domingo pasado y estamos convencidos de la razón detrás de cada punto.
No sé si ya lo sepas por la prensa pero cada punto es muy específico:
El primero se refiere a la Libertad a los presos políticos. Dicen que no existen los presos políticos, pregúntenle a Campa (porque sí sabes quién es Valentín Campa, ¿no? ¡Ay, mamá! Es el líder ferrocarrilero que está encarcelado desde hace nueve años allá, en nuestro Palacio Negro de Lecumberri).
Queremos que se reconozca la existencia de estos «prisioneros de conciencia» (expresión de un cuate que la leyó por ahí) y que el Gobierno los libere. Tarea pesada ¿no crees?
El segundo punto del pliego se refiere a la destitución de los generales Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea, jefes de la policía y de granaderos. Tú no sabes lo que odian aquí a los granaderos. Es impresionante, pero es que esos cuates son muy gachos. Se lo merecen que los destituyan realmente... pues no lo sé si lo hagan.
Pensándolo bien... ¿crees que somos ingenuos?
El tercer punto del famoso pliego es el relativo a la extinción del Cuerpo de Granaderos, ¿qué más te puedo decir de ese?
El cuarto punto se refiere a la derogación de los artículos 145 y 145bis del Código Penal, los referentes al delito de disolución social, que son instrumentos (así me dijeron) que impiden que la gente tenga puntos de vista «discrepantes» (palabra nueva para mí) del punto de vista «oficial».
El quinto punto es más sencillo, y más necesario, se refiere a la indemnización a las familias de los muertos y heridos víctimas de la agresión desde el viernes 26 de julio, que no me creas pero dicen que ya andan en veintitantos muertos.
El sexto no lo entiendo muy bien, se refiere al mismo deslinde de responsa-bilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades. O sea, a través de la policía, ejército y los mencionados granaderos.
Lo que no entiendo es, ¿quién va a hacer el «deslinde»? ¿Quién va a ser el que lo diga o decida? Todos son de los mismos...
En fin. Mientras, nos la estamos pasando bien. Se siente un ambiente electrizante, créeme, de entusiasmo, de euforia.
¡Ah, se me olvidaba! Hubo otra manifestación, también de cien mil personas (¿dónde conseguimos tantas?) A esa no asistí porque fueron puros cuates del Poli, bueno, había otras escuelas pero tú sabes que el Poli está al norte y CU está al sur. Y toda la gran ciudad de México en medio. Pero no necesito decírtelo.
Nos preguntan que cómo nos sostenemos. Si tú también tienes la duda, pues créeme, la gente es generosa y está cooperando. No creas, mamá, la gente ve en nosotros un cambio, ya de perdido un airecito fresco, una brisita de verdades reales.
La gente está cansada de lo mismo. Ahora que nos estamos organizando le estamos representando una opción. No, no pienses que vamos a crear un partido político. Estamos muy verdes para eso. Yo estoy verde para eso. Veo a Alex y está muy verde para eso.
Pero danos tiempo. Sólo eso necesitamos.
Tiempo.
La casa bien. Yo bien. Todo bien. Mamá, lástima que no te gusta el rock and roll más que los Beatles pero, ¿ya escuchaste Street fightin' man de los Stones?
No sabes de lo que te pierdes.
No te afreses, jefa.

Te quiere, Emilio.

PD. Siempre sí llegaron los dulces. Manda más, ¿OKEY? Te saluda Alex. Bye.
Te escribo the next week, o cuando tenga tiempo. A lo mejor te hablo por teléfono.
Bye otra vez…


Viajábamos en camión urbano por Insurgentes rumbo al sur de la ciudad. Los aburridos vaivenes del propio movimiento iban adormeciendo a Emilio. Yo por el contrario leía el periódico.
En los titulares mencionaban la reciente formación del Consejo Nacional de Huelga, allá en la universidad. Se mencionaba que un grupo de planteles educativos se había reunido para darle forma e identidad propia al movimiento.
Le di un codazo a Emilio.
—¿Emilio?
—¿Qué?
—¿Estás durmiéndote?
—No.
—¿Ya leíste el periódico?
—Nel.
Hice una pausa mientras por la ventana veía a una chica con minifalda tratándose de subir a un taxi. Sin poder ver nada satisfactorio volví a lo mío.
—¿Emilio?
—¿Qué quieres?
—Nada. Que si ya leíste el periódico.
—Que no.
—Es que está interesante.
—¿Qué está interesante?
—Lo que dice.
—N´ombre, mano, no le hagas caso, si son puras mentiras. Si son noticias del mundo entero, puede que sean verdad, pero si las noticias son sobre México, perdóname, manito, ponte en automático, son mentiras.
—Aunque sean mentiras, suena interesante. Emilio, ¿te estás durmiendo o qué?
—Más o menos. La desvelada estuvo de a peso.
—Andabas en CU en esa onda de las asambleas, ¿no?
—Sí.
—¿Y qué tal?
—Muy cansado.
—¿Por qué?
—Porque la cosa ahora sí va en serio.
Emilio bostezó. Me le quedé viendo con cara de interrogación total. Dije en tono un poco fuera de mí:
—¿Qué es lo que va en serio? ¿Qué no estábamos antes haciendo las cosas en serio?
—Eso no era nada. Ya estamos empezando a representar a las universidades y facultades. Al Poli también. Ya está metido. Chapingo y otras. Los maestros también aceptaron...
Hubo otra pausa. Pregunté:
—¿Qué onda con el CNH?
—¿Qué onda de qué?
—¿Hay unidad allí? Digo, ¿habrá tamaños para enfrentar al gobierno?
—¿Qué te pasa, mano? ¿Vas a dejarme dormir un rato?
Guardé silencio. Sabía cómo era mi amigo al respecto cuando estaba cansado. Volteé a mirar a las personas que iban subiendo al camión y contesté mientras le volví a dar un codazo:
—Nel. Contéstame primero.
—Ah, cómo friegas —Emilio trató de despabilarse con resignación y con un bostezo y dijo—: Okey, te voy a contestar.
Empecé a poner atención. Le dije:
—Ya era hora, quiero que sepas.
—Viste ya lo del pliego de seis puntos, ¿no?
—Simón.
—¿Viste quién lo firmó?
—Sí, una coalición de la UNAM, el Poli, Chapingo y otras escuelas.
—Pues, hasta ahí la onda. Se pide que el gobierno firme un pliego petitorio, o más bien, que lo acepte.
—¿Estaba dirigido al gobierno, gobierno?
—A la opinión pública también. ¿Ya lo leíste, no?
—Simón, pero me preguntaba acerca de lo que está entre líneas, que no sé que pueda ser. Tú sabes, en todo este tipo de asuntos hay sutilezas, en todo comunicado hay mensajes que sólo ciertas personas entienden…
Hice una pausa. Continué:
—No sé, ¿tú crees que el pliego es realista?
Se me quedó viendo, irónico.
—¿Tú crees entonces que tantas universidades no se hubieran puesto de acuerdo si no quisieran que se resolviera este rollo? ¿No crees que estarían negándose a participar si fuera una misión imposible?
Me quedé callado. Sólo después de un rato dije:
—Puede que tengas razón.
—Pero... ¿por qué no debería de tenerla? Los maestros nos apoyan. Los estudiantes nos apoyamos. La gente en general nos apoya. Bueno, no toda, pero en eso estamos, ¿qué nos falta?
No estaba muy convencido.
—Si tú lo dices...
—Claro, ¿qué podría pasar? ¿Qué el gobierno nos reprima más de lo que lo ha hecho? No, imposible. Se echaría al pueblo en contra. El gobierno tiene miedo. Acuérdate de eso.
Cómo me acordaría de eso después…
El camión seguía indiferente a nosotros, hacia su ruta.

15 de agosto de 1968
Querida jefa:

Ya no pude hablarte y por eso te escribo, además, es más barato. Total.
¿Te acuerdas de todas las veces que me dijiste que ya era hora que me formalizara y que tomara la vida de manera seria? ¿Te acuerdas que yo te contesté cada una de esas veces que cuando llegara el momento yo te lo haría saber?
No, jefa, no me estoy poniendo serio, lo que pasa es que nosotros todos nos estamos poniendo serios. Verás pues, ya somos parte de un organismo de verdad.
El Consejo Nacional de Huelga. CNH para abreviar. No te adelantes, no queremos la Huelga de la Universidad. Y sí queremos seguir estudiando y trabajando para hacer de este México un México mejor.
Pero eso será cuando solucionemos los problemas. Y ahora tenemos muchos. México nos necesita. Y no es melodrama, conste. Lo que pasa es que CNH es un nombre con fuerza. Nada de medias tintas. Es un nombre heavy if you know what I mean.
Pues ya estamos estructurados. No, no lo estábamos, hasta ahora.
Ya creamos treinta y siete comités, en un momento determinado hemos creado comisiones, grupos y demás. Eso te debería hablar de nuestro compromiso hacia nuestro objetivo. Sí, creo que estamos en el camino correcto.
Donde no avanzamos es con el gobierno. El regente, Nuestro general Corona del Rosal, se niega a recibirnos. Creo que es porque de hacerlo se quemaría con sus jefes. Tú ya sabes cuáles son, ¿eh? También se niega a recibir nuestras peticiones.
Lo que pasa es que tienen miedo y no lo quieren reconocer. Me imagino que están como locos tratando de detenernos, o de perdido, por saber cuál es el siguiente paso.
No sé si es verdad (todos hablan de eso), pero el otro día Alex y yo lo estábamos discutiendo, pero dicen que aquí en la universidad, allá en Chapingo y allá en el Poli, hay gente que está pagada por el gobierno para estar aquí, que espía para ellos, que son los más fósiles inclusive. No que yo no supiera eso, sino que la discusión se centró más bien en «cuántos», es decir, cuál era la cantidad de fósiles mantenidos por el gobierno aquí…
No sé si yo soy un ingenuo «desingenuizándose» al decirte eso pero lo que sí sé es que el gobierno ignora cómo hacerle.
Nosotros queremos algo, ellos lo saben. Pero no saben cómo lo queremos conseguir. No saben a quién seguir de nosotros. Sí tenemos líderes, y por lo mismo que tenemos muchos es, por así decir, muy difícil coparlos a todos.
No, yo no soy líder, no por ahora. Yo sigo siendo apolítico. Pero estoy con los chavos y lo que representan y estoy consciente de que se quiere lo justo. Lo del pliego es justo, ya te lo comenté en la otra carta.
¿Que qué es lo que buscamos, me preguntas? Justicia, simplemente.
¿Cómo? No sé pero lo que me han platicado es que todo lo que se vaya a hacer será realizado de manera «pacífica». Me refiero a la estrategia en general, claro. Pero recuerda que «pacificidad» (la palabra creo que la inventé hace un segundo) no es lo mismo que «pasividad». Me imagino que es lo que queremos todos los del movimiento. Tú sabes, ese tipo de palabras ahora tan de moda.
Conciencia. Democracia. Libertad.
¿No es lo que quería Gandhi y Luther King?
Ya sé que los mataron. Eso fue triste.
No importa, por ahora somos muchos. No soy líder pero por ahí andamos.
Por cierto, que volvimos a hacer otra manifestación. Esta fue de doscientos mil personas, el pasado trece de agosto.
Por lo pronto ya no va a haber exámenes en el Poli. Por otro lado, otra novedad es que ya estamos pidiendo el debate público. Sólo al gobierno se le ocurriría manejar estos asuntos en privado. En secreto.
Pero algunos dudan que ellos quieran un debate público. No están acostumbrados a este tipo de hacer política. No es disculpa, para nada. Se debieron abrir desde hace más de cuarenta años. A fin de cuantas es otra manera de dominar un país. Haciendo lo importante a escondidas. Pero ya empezamos a cambiar eso. Si les ganamos ésta, por supuesto.
Seguimos esperando.
Te saludan todos por aquí. Alex espera que estés bien.

Jefa, hoy estoy muy cansado y no pondré muchas posdatas. Te escribo después, Bye.

te quiere,
Emilio.

OKEY.
PD. Casa bien. Yo bien. Vecinos bien. Ciudad bien. Hablo o escribo. Lo que sea más barato. Bien. Bien. Bye.HAy dsd

PPDD cansado
cansado
c


Estabamos de pie esperando el semáforo. Eso de viajar en camión a veces era desesperante.
Pensando en lo que había dicho mi amigo, yo sólo recordaba aquella frase que me tocó leer por ahí: «Supervivencia. No hay más». Eso es lo que contaba. La supervivencia. Le dije:
—¿Tú crees, Emilio, que amenazamos la sobrevivencia del gobierno?
Él se quedó pensando un rato antes de contestarme:
—Por el momento no, pero tal vez después… —la cara de Emilio se iluminó, radiante, disfrutando el momento—: pero, respecto al CNH, hazme caso, está bien como dijo Marcelino, la primera reunión fue un desmadre. Nadie entendía nada. Nadie se ponía de acuerdo. Imagínate que en una sociedad tan dispersa y tan distinta...
Hizo una pausa.
—Todos nos entendemos a un nivel común, básico. Es cierto que hay muchas corrientes y que, a fin de cuentas, cada quién quiere llevar agua pa' su molino, pero, está bien. Estoy contento. Y le hubiéramos seguido, pero andamos tensos, acuérdate de cuando supimos del bazukazo a la puerta de San Ildefonso.
Yo volví al ataque.
—Eso es lo que me preocupa, Emilio. Un bazukazo a una puerta de cuatrocientos años. Esos sardos no tienen la menor idea de qué están haciendo. Son como robots que actúan con órdenes…
Emilio nada más me veía. Me quedé pensativo por un segundo y continué:
—O a lo mejor es al revés, son demasiado inteligentes y nos están mandando señales: «no continúen muchachos, se pondrá mala onda...».
—Alex...
—A lo mejor deberíamos ser más cuidadosos...
—Alex...
—...una cosa es que hagamos valer nuestros derechos justos y darles en la madre a los corruptos y a aquellos animales que están en la policía, pero, ¿y el ejército…? ¿Qué dices?
—Te pasas de prudente. Que no te oigan los compañeros, Alex, porque te dirán desde derrotista hasta... no sé... otras cosas…
—Lo que yo digo, Emilio, es que hay que tener cuidado. Nada más eso. No nos vayamos a poner con locos…
—Más locos que con los que tratamos ahora, no, no creo…
—Por otra parte, ¿quién escogió a los de la Asamblea?
—Eso fue asunto de cada escuela. Cada una escogió a tres representantes.
—¿Y la gente de abajo, tuvo voto?
—Realmente no lo sé, supongo que sí. Ya me cansé… préstame tú periódico a ver si trae algo interesante. De perdis, ¿no?
Así lo hice.
Me puse a ver las caras de la gente que nos rodeaban en el camión. Allá adelante había una señora con un niño en brazos, como de clase media. Eso era porque si fuera de la alta viajaría en su propio auto y hasta con chofer. A dos asientos de ella estaba otro estudiante que seguramente iba para Ciudad Universitaria. Me preguntaba si éste también había votado para elegir a su representante frente al CNH. Posiblemente era de Filosofía, o de Leyes, o de Ingeniería. Después de un momento pensé que podría ser de cualquier lado, pero de que era estudiante, lo era.
Volteando hacia atrás, de reojo, vi a dos chavas, como de diecinueve o dieciocho años. Sonreían y platicaban. Me preguntaba, ¿qué podría ser lo que les hacía reír? Ese era otro rollo, otro misterio de la existencia que se planteaba: el porqué las cosas de la vida son como son.
Ya íbamos llegando a la universidad. Nos bajamos a la altura del Estadio Olímpico 68 que ya iba a ser sede de la apertura de las Olimpiadas. Emilio seguía con el semblante optimista, con la cara risueña. Yo, por el contrario, opté por poner cara neutra. Seguía a mi amigo como lo había hecho desde que lo conocí. Sabía qué Emilio era irreflexivo pero no tonto. Él sabría cuándo bajarse también si la situación se pusiera realmente difícil.
—Puesto que ya llegamos, vamos a buscar a la Aurora, me dijo que estaría en uno de los estacionamientos.


Estuvimos esperando en la entrada de la cafetería un rato hasta que llegó Aurora, con su característico morral. Hoy andaba vestida de blusa azul y pantalones de mezclilla.
«Su cara es divina» pensé, mientras la comparaba a otras chavas que pasaban al lado de nosotros.
Pelo negro lacio natural, ojos grandes, boca mediana, hoyuelo en el mentón, buena figura. Comprendí entonces que estaba prendado de ella desde que la conocí, hacía relativamente poco tiempo. Para mí un compromiso era difícil, todavía más en época de escuela y, sobre todo, yo no tenía coche.
Emilio siempre me decía que yo me fijaba en las mujeres de una manera exagerada. Siempre tenía otro modo de pensar respecto a las mujeres. Según él, había de dos clases: las que caían al principio, y las que caían al final. Todo era cuestión de dedicación, trabajo, atención y... algo más.
Ese algo más, pensaba yo, era lo innombrable, lo incomprensible… y desde mi punto de vista, lo inalcanzable. Como en The Knack, según había visto en esa película inglesa, con nombre intraducible, Emilio poseía ese curioso sentido de navegación dentro del mundo femenino que, sin ser él abiertamente favorecido por los estándares de belleza masculina, hacía que gozara de más favores que yo, y que muchos, entre las mujeres.
Pero ahí estaba Aurora.
Nos sentamos en una mesa desocupada. Después de saludar comenzó a quejarse:
—Pues aquí, batallando con la gente...
—¿Por qué?
—N'ombre, no me hacen caso estos hombres, les digo una cosa y ellos hacen otra. Les paso el material para filmar y les digo cómo quiero que se haga y ellos, como si nada… ya me estoy hartando de que no me pongan atención.
—¿A cuánta gente manejas? —Pregunté yo.
—A cuatro grupitos de los semestres inferiores, a los chavitos, más que nada. A lo mejor es eso lo que me pasa... estoy metiendo chavos muy pequeños. Y ellos no saben nada de lo que son responsabilidades, caramba, que si se les dice que filmen en una parte, lo hagan, que si se les dice que usen ese material, lo usen, tan sencillo como que sigan instrucciones y ¿qué pasa? Nada de nada, que ni filman en el lugar que se les dijo y ellos que usan el otro material, el caro, y pa´cabarla si ya hicieron un mínimo interesante, caso raro, nada tampoco, que lo echan a perder a la hora de editarlo, ¿tú crees? Ya lo dije: me tienen fastidiada.
—Pero así es al principio, ¿no? —Dije, tímidamente.
Ella me hizo un gesto de asentimiento casi inadvertido.
—Es que ellos no saben, creen que porque están en el CUEC ya lo saben todo, y que sólo porque han visto neorrealismo italiano y expresionismo alemán ya eso los capacita para andar filmando en lugares reales con gente real.
—Pues qué onda, ¿no? —Sólo eso alcanzó a decir Emilio.
—Y todavía falta lo peor.
Ella insistía en ver solo a mi amigo.
—¿…Y qué es?
—Que no me dijeron que estaba muy difícil que me siguieran dejando filmar las asambleas del CNH. Les dije que ahí estaba la onda, que ahí estaba lo bueno, lo sabroso… Pero, bueno, ellos me dijeron que en las demás asambleas no habría problema para ir a sacar material, y ahí ya pues, algo es algo…
Aurora sacó unos cigarrillos, le ofreció a Emilio y luego a mí. Emilio se negó y yo también, pero eso hizo que me sintiera secretamente aliviado porque de perdido ella me tomaba en cuenta para fumar. Aurora procedió a encenderlo y a exhalar su humo.
Mi entusiasmo decayó sobremanera cuando sonó una voz ronca de detrás:
—Aurora, ¿cómo estás? —Era un cuate flaco, moreno, con lentes, vestido de mezclilla, con bigote y gran melena, que ni nos peló— ¿Puedes venir tantito?
Aurora dijo sonriendo:
—Espérenme un ratito, ¿sí? Y mientras pueden ordenarme un café, ándenle, ¿sí?
Aurora salió de la cafetería acompañando al tipo.
Yo pregunté, señalando al tipo con la cara:
—Y ese güey, ¿quién es?
—Ah, ese, nadie en especial, un pez, creo.
—¿Un pez?
—Sí, un pez, un pescadito, del PECE, PC, partido comunista. Rojillo, pues.
—¿Y ese qué onda?
—No sé. Ha de ser amigo de Aurora…
Emilio seguía comportándose como despreocupado, con esa imagen de no darle importancia más que a un sólo detalle a la vez. Yo seguía con el tema sin dejarlo ir.
—¿Cuantos tipos de comunistas hay aquí?
—¿Aquí en CU?
—Bueno, aquí en CU, en el Poli, en Chapingo, en el movimiento en general...
Se sentó en una escalera. La gente seguía pasando hacia sus múltiples ocupaciones. Empezó a hablar:
—Bueno, deja veo, pues tenemos aquí a los comunistas, pero como así los conocen a todos, como que eso les molesta, pero más que nada porque los meten en la misma denominación con todos los demás grupillos y esos los encabrona. Tenemos también a los troskistas, allá están los espartaquistas, por otro lado a los demócratas cristianos, y allá al fondo los maoístas. Todos apoyan a Castro, por supuesto a Vietnam, y al Che…
—De todo, entonces. Siempre había sabido que aquí en la universidad había muchos priístas y comunistas, pero no creía que había tantos sabores de estos últimos.
—Sí, pero eso es pura conveniencia y pantalla. Por ejemplo, ahí están los que se dicen priístas. Yo acabo de leer algo al respecto: presuntamente todo aquél que entra en la universidad y que ingresa por ejemplo en Ciencias Políticas o en la Facultad de Derecho, también llega con la idea de que ahí es precisamente de donde salen los presidentes, o a la inversa, que al menos todos los estudiantes en esas facultades ya son presidentes en potencia…
—¿De la universidad se van al PRI? ¿Así, directamente?
—¿Pues adónde vas que te quieran más? Mira, Alex, estos chavos cuando entran traen ideas muy revolucionarias, muy de izquierda: adoran al Che, adoran a Fidel (al Castro, al Velázquez lo ignoran, por supuesto), tienen ideas de reformas, tienen idea de cambiar las cosas, se aprenden todas las corrientes políticas y filosofías exóticas y raras habidas y por haber, y, al final, nada de nada, se meten en política, se integran al gobierno y se hacen burócratas respetables.
Emilio sonreía de manera sarcástica.
Yo escuchaba a mi amigo con cierta incredulidad. Por momentos, mi respeto y admiración por él crecieron. La dilucidación y explicación de Emilio de la situación me apantallaba tanto, que me creaba nuevas líneas de pensamiento. Hasta entonces estaba convencido de que los comunismos, troskismos y demás ismos eran ideas que llegabas a adquirir después de madurar una idea política básica. Es decir, al revés. Me sentí mal. Me sentí ingenuo. Una vez más.
Vinieron a pedir la orden y así lo hicimos. Pregunté:
—¿Y tú, Emilio? ¿Eres de esas denominaciones?
—Lo que se necesite... o lo que haga falta. O tal vez no…
Me miró a los ojos. Me vino a la cabeza, cómo de repente durante la vida cotidiana nunca hablábamos de asuntos importantes. Volví a cambiar el tema:
—¿Qué vamos a hacer cuando venga Aurora?
—Lo que ella diga. Ya oíste, ella controla los materiales y las cámaras. Me imagino que volveremos a pedirle que nos tome en cuenta para el siguiente rol y de ahí vemos a ver qué sigue…
—¿Y qué es lo que sigue?
—Parece que vienen varias manifestaciones. Y a como he escuchado, vienen impresionantes. Bueno, comparadas con las manifestaciones grandes. Algunos dicen que van a ser más de doscientos mil personas o más. Yo no creo que sean tantos pero quién sabe. La idea con Aurora es que acompañemos a algunos contingentes y filmemos a la gente y a las calles. Tú sabes, las calles son la clave. Siempre las calles.
—Igual que en mayo pasado en Francia. Ya habíamos hablado de eso...
—Mmm, no, no creo que esto sea exactamente igual. Ya leí cómo estuvo aquello. Allá fue un mes y si creo que entendí, todo empezó porque balacearon a un lidercillo en Alemania, Danny no sé qué, le decían el Rojo… De ahí hicieron unas manifestaciones que fueron reprimidas fuertemente por el gobierno francés. Después de ahí me perdí, ¿por qué el conflicto llegó a Francia si aquel bato era alemán? Lo que sí es que todo lo importante pasó en Francia. Bueno, luego se hizo un relajo y un desmadre en grande. Barricadas, ladrillos, enfrentamientos con la policía, manifestaciones, paros, la toma de la Sorbona, ¿te imaginas? Ahí oí primero aquella excelente frase de «¡Prohibido Prohibir!» Y también la otra: «¡La Imaginación al Poder!», que ahora parece que están usando muchos. Las van a chotear. Perderán el sentido original.
Emilio pareció saborear las frases, luego saboreó el café y continuó:
—Pero, hasta donde yo sé, ahí está De Gaulle todavía y su gobierno parece estar muy firme. No, esto aquí en México, va a ser distinto. La clave va a ser convencer a la gente, porque si no la convences no vas a triunfar. Eso es lo difícil. Vamos a verlo. No tenemos mucha opción. Pero, eso sí, somos optimistas. ¿Qué si no…?
Aurora volvió en ese momento.
—¿Qué onda? ¿Me tardé mucho?
—No, para nada. Nada más el café, de hecho ahí traen lo demás que pedimos.
La platica derivó hacia los tipos de equipos, de iluminación, de cámaras y de tipos de películas. Yo no intervine mucho. Primero porque no me pedían mi opinión y después, porque pensaba en mi presente.
En mi presente y en mi futuro.

26 de agosto de 1968

Querida Jefa:

La vez pasada se me olvidó comentar que hicimos otra manifestación en la que también juntamos doscientas mil personas una tras otra caminando con el mismo pensamiento.
Puedo imaginarte preguntando que conseguimos con todo esto de las marchas, manifestaciones, pintas, etc.,
No negarás que prácticamente casi no hay manera de disentir en este país. ¿De qué sirve estar en la prensa? Se me ocurre una metáfora interesante (eso tú lo dirás): ¿de qué sirve estar en la oposición o en cualquier instancia opositora, si jugamos con las reglas del gobierno (un niñito grandote), jugamos en su cancha y con su pelota?
No sé si entiendas la metáfora pero piensa en lo que pasa cuando este niñote se propone estar siempre jugando. El día que se le antoje nos quita la pelota y hasta nos expulsa del campo.
Imagínate la manera. La que quieras.
Así es la situación: El gobierno es el niño, la Constitución es la pelota, el país es la cancha. Claro que el gobierno necesita contrincantes para las apariencias, tú sabes, y hasta ahora él, o los compra, o usa a sus amiguitos o simplemente juega solo.
Entonces, ¿qué sucede cuando llegan jugadores nuevos al campo? O más bien, ¿qué pasa cuando llegan jugadores que el niñote ni se imaginaba que tuvieran los tamaños suficientes para jugar?
Creéme, pasará cualquier situación lo intensamente interesante desde cualquier punto de vista. A lo mejor hasta le quitamos la Pelota, y, quién sabe, hasta la Cancha.
Pero no te preocupes, al marchar o manifestar en su contra le estamos diciendo al gobierno que no estamos de acuerdo con él, y eso ya es un pequeño triunfo. Le viene a demostrar que no todo es perfecto y que hay muchas manchas en este régimen.
Y que conste que no queremos una revolución. Una revolución casi seguramente involucra sangre y no es eso lo que queremos. Nos conformamos con cualquier cosa, siempre y cuando esa «cualquier cosa» sea libertad.
Y al gobierno al parecer no le está gustando.
Por ejemplo, si la prensa escrita o la televisión no se abren, tenemos que buscar el modo para que la gente se entere.
Tenemos dos maneras de hacerlo.
Una, las brigadas de acción y la otra, los mítines relámpago.
Los brigadistas son aquellos compañeros que se lanzan a las calles ya sea para colocar propaganda, a recoger dinero para la causa, a entregar volantes, inclusive tengo noticias de gentes que se avientan a hacer representaciones como si fueran dramas o teatro.
El objetivo es claro, ¿no? Tenemos que enterar a la población de nuestra posición discutiéndola en la calle y proponiendo a la gente a pensar o, ya de perdido, a cuestionarse.
Por el otro lado, tenemos a los mítines relámpago, estos son un poquito diferentes. Ahí lo que se necesita es gente que se anime a hablar y a gritar. Claro, no puede ir cualquiera, uno se expone a mucho, a que te griten, te apedreen; lo peor, a que te cuestionen y que no sepas; y lo peor, a que te lleven los polis o los granaderos.

Pero por algo son llamados «relámpagos». Éstos deben ser pero que muy rápido, vas a un lugar como a un mercado o a la entrada de un cine, hasta dentro de un camión, y órale, se empieza a hablar mientras los compañeros reparten la propaganda. Esto debe ser rápido te digo, pues verás, a los mismos agentes del deber mencionados atrás no les gusta mucho.
Pues esos son los riesgos de la profesión.
Bueno, noticias no hay muchas... la Cámara de Diputados nos sigue sin hacer caso, como si nadie les hablara. ¿No debería haber un diálogo entre ellos y nosotros? Nosotros los elegimos, bueno, supuestamente.
Me acaban de enterar que la cifra de presos políticos es ya de ciento veintidós y eso salió en el periódico. No, yo no creo que me vaya a tocar a mí. Pero quién sabe. Sabes que no me gusta exponerme demasiado.
Bueno, pues el gobierno niega la existencia de éstos, me imagino que dice que si hay presos recientes es porque son del fuero común. He sabido que aprehenden al compañero en cuestión ya sea por entregar propaganda, o por andar pintando o ya sea por defenderse de un ataque de un granadero y ¡zas! la poli que lo agarra y que lo lleva a una delegación y le entrampa con dos o tres delitos, incluido el de «obstrucción a las vías federales» o una tontería de esas.
Todo es por ideas, insisto. Las ideas son más peligrosas de lo que nadie se imagina.
Ahí está todo. Una idea genera una reacción en la mente receptora. Una idea genera una respuesta positiva o negativa, a favor o en contra.
El gobierno quiere suprimir las ideas que no le favorezcan. Y creéme que está poniendo mucho empeño en hacerlo. Para eso están los mencionados artículos de disolución social. ¿Qué o cómo se come la «disolución social»? Yo lo ignoro.
Pero, y de antemano no me digas ingenuo, jefa, te conozco como eres… Pero yo quisiera vivir en un país en que no me prohiban ser como soy, que me dejen leer o escribir lo que quiero, educar a mis hijos (que los tendré, no lo dudo) de la manera que se me ocurra y, sobre todo, que mi país dé a la gente una mejor oportunidad de vida.
Quiero, además, que ese país sea en donde nací. Esto no es Cuba. Esto no es Estados Unidos de América. No busco el intermedio. Busco lo mejor para mi país. No quiero que una elite en el gobierno decida por mi país en su beneficio.
Por otro lado, el otro día tuvimos un poco de apertura televisiva. Jefa, tú no sabes ni te imaginas lo que es tener el control de la televisión.
Dicen gentes que saben de medios de comunicación que la tele no ha tenido la importancia debida, pero que en un futuro próximo podría ser la manera de controlar a un pueblo, si ese pueblo lo permitiera. Lo bueno es que en este país hay muchos lectores de libros y periódicos.
Pero habrá que tener cuidado.
Tarde que temprano se tendría que abrir, la presión de los acontecimientos ya era mucha.
Además, el gobierno se da cuenta del tamaño de los eventos que están sucediendo y que ha aceptado el diálogo. No sé si en sus condiciones o en las nuestras, pero no creas que estamos pidiendo demasiado.
La palabra clave es «PÚBLICO». Todo debe ser transparente, a la vista al portador. A la vista de todos los involucrados y en este caso es el pueblo mismo. Ustedes allá, nosotros aquí, todos.
Para acabar, ¿te acuerdas del monumento a Miguel Alemán, el dinamitado, allá en Ciudad Universitaria? Ahí mismo hubo un festival cultural organizado por nosotros.
Ese festival salió de resultas de la muy mencionada Olimpiada cultural. Quiero que sepas que aquí se dice que esa «monada» está costando mucha, pero mucha lana.
El objetivo de ésta es «ofrecer un marco para la cultura en medio de un espíritu de paz y bla, bla, bla» y el caso es que huele a gobierno subido.
Imagínate que a nuestro festival hasta vino José Luis Cuevas y gente de ese calibre.
Bueno, hoy sigue siendo lunes 26 de agosto y se preparan grandes sorpresas para esta semana. Como dicen por ahí «seguiremos informando...»
como siempre los quiere y extraña

Emilio
PD. Casa sigue bien. Yo sigo bien. Vecinos siguen bien. Ciudad más o menos bien. Hablo o escribo. Lo que sea más barato. Bien. Bien. Adiós.